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En Laguna se formaron dos partidos: el de
Cuervo y el de don Torcuato. El del doctor tenía su órgano en la
Prensa, Juan Claridades; el de Cuervo, no; ni lo quería, ni lo
necesitaba. «¡Puf! ¡Papeluchos!», decía don
Ángel, que despreciaba la Prensa local con todo su corazón. Cuervo no escribía, hablaba; pero como él era bienquisto (frase favorita suya) de toda la población, y estaba en todas partes, sus palabras tenían mucha mayor publicidad que los artículos del otro. Hablaba y recitaba letrillas, único género literario que él creía digno de ocupar su ingenio. De noche, en la cama, o tal vez mientras velaba a un moribundo, o cuando después seguía su cadáver camino del cementerio, se entretenía en componer aquellas «cuchufletas», según las llamaba siempre; las aprendía de memoria, daba en seguida la noticia del hallazgo a un amigo íntimo, diciéndole al oído: «Cayó una», y el amigo, delante de otros pocos íntimos, le decía: «Vamos, don Ángel, venga eso...: ya sabemos que cayó otra»; y después de hacerse rogar, sonriendo y rascándose la cabeza someramente, comenzaba con voz muy baja y, mirando a las puertas y ventanas, como si temiese que por allí pudiese entrar el otro: «¿Quién...?», etc., etc. |
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Cuervo
de Leopoldo Alas
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