Un labrador confía, él no tiene necesidad de dudar. El siembra
las semillas en el campo y confía que brotarán, germinarán cuando la estación
apropiada venga. Germinarán. Espera y ora, y en la estación propicia aquellas
semillas germinarán y se convertirán en plantas. Espera y cree. Vive con los
árboles, con las plantas, con los ríos y montañas. No hay necesidad de dudar:
los árboles no son astutos, no necesitas ninguna armadura a tu alrededor que te
proteja de ellos; las montañas no son astutas -no son políticos, no son
criminales- no necesitas de ninguna armadura que te proteja de ellas. No
necesitas de ninguna seguridad ahí, puedes estar abierto.
Por eso es que cuando vas a la montaña repentinamente sientes
un éxtasis. ¿De dónde viene? ¿De las montañas? ¡No! Viene porque ahora puedes
poner la armadura a un lado, no hay necesidad de tener miedo. Cuando vas a un
árbol repentinamente te sientes bello. No viene del árbol, está viniendo desde
dentro de ti. Pero con un árbol no hay necesidad de protegerse, puedes estar
tranquilo y sentirte en tu hogar. La flor no va a atacarte repentinamente; el
árbol no va a ser un ladrón, no puede robarte nada. Es así que cuando vas a las
montañas, al mar, a los árboles, a los bosques, pones a un lado tus
armaduras.
La gente que vive con la naturaleza es más confiada. Un país
que es menos industrializado, menos mecanizado, menos tecnológico, vive más con
la naturaleza, tiene más confianza en ella. Por esto es que no puedes concebir
que Jesús vaya a nacer en Nueva York -casi imposible. Fanáticos de Jesús pueden
nacer ahí, pero no Jesús. Y estos fanáticos son sólo neuróticos, Jesús es sólo
una excusa. No, no puedes pensarlo... que Jesús vaya a nacer ahí, es casi
imposible. Y aún si naciera ahí, nadie lo escucharía; y aún si él estuviera ahí,
nadie sería capaz de reconocerlo. El nació en una época sin tecnología, sin
ciencia, el hijo de un carpintero. Vivió toda su vida con los pobres, con la
gente simple que estaba viviendo con la naturaleza. Ellos podían confiar.
Jesús llega al lago un día... es de mañana y el sol todavía no
ha salido en el horizonte. Dos pescadores están ahí, acaban de tirar sus redes
para pescar, cuando Jesús viene y les dice: "¡Miren! ¿por qué están
desperdiciando sus vidas? Yo puedo hacerlos pescadores de hombres. ¿Por qué
están desperdiciando su energía en pescar? Yo los puedo hacer pescadores de
hombres. ¡Vengan, síganme!"
Si él te hubiera dicho eso cuando estabas sentado en tu oficina
o en tu negocio, habrías dicho: "¡Fuera de aquí! No tengo tiempo, no me hagas
perder mi tiempo". Pero aquellos dos pescadores miraron a Jesús, miraron a Jesús
sin ninguna duda. El sol estaba saliendo y el hombre era bello, este hombre
Jesús. Y sus ojos, eran más profundos que el lago; y su brillo era mayor que el
del sol. Ellos arrojaron sus redes y siguieron a Jesús.