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A todos saludaba Victoria muy gentilmente, a pesar de que todos se la figuraban sombras movibles y de los nombres no le quedara ni el eco en los oídos. Se cogió del brazo de don Fabio, y achuchada por unos y otros siguió a Josecito, que metía prisa con furibundas voces, llegando en revuelta procesión a la explanada donde esperaban un bonito break de campo lujosamente enganchado, la oronda volanta, un carretón para el equipaje y los caballos de aquellos señores; abrasaba el sol, y a pesar de las amables insinuaciones de misia Petrona porque pasaran a refrescar a su casa, les pareció mejor a los novios refugiarse en el break bajo la elegante toldilla, pues en llegando a La Justa sobrado tiempo habría de descansar, y como hasta La Justa mediaban unas cinco leguas y eran ya las tres de la tarde, no podían entretenerse sin que se expusieran a que les cogiese la noche en el camino. Allí mismo se despidieron, los apretones y besuqueos de sombras renováronse con mayor fatiga de Victoria e impaciencia de Josecito, y al fin acomodáronse éstos en el break, empuñando el joven las riendas, naturalmente, porque allí donde él estuviese holgaban cocheros, la señorita Clotilde y el capellán en la volanta, con los saquitos de mayor cuantía para su cuidado, con los baúles y mundos Regino, el criado, a la turca sobre el pértigo del carretón, y don Fabio a caballo sobre su Lobuno de buena alzada, que así él y el jinete imponían por la desmesurada grandeza. Y ¡hala! al trote vivo por la polvorienta, caldeada, y malísima senda que pretendía honores de carretera.

Ni la hora ni el paisaje eran a propósito para recrear el ánimo y los ojos, que todo en contorno, en el amplio horizonte de la llanura, no percibieron más, a poco de salir del pueblo, que el amarillear de los potreros con tal cual ombú solitario. Iba don Fabio al estribo del carruaje, expuesta la hermosa cara al sol, que la había tostado de modo que parecía un morazo con sus luengas barbas; desenvuelto como un jovenzuelo, tomaba a veces la delantera, volvía al galope, se quedaba a la cola de la caravana, y al seguro golpear de los cascos del Lobuno reaparecía junto a Victoria, terciado el poncho, el ala del chambergo levantada, en toda su rudeza campesina. Su voz poderosa resonaba en la soledad de la llanura...

¿Qué tal la ceremonia? ¿qué tal? el tío Fabio deseando estaba conocer los detalles, como que muy a disgusto suyo no pudo asistir. ¿Quién les hubiera recibido entonces y quién preparado hubiera todo en La Justa, si el tío Fabio se marcha aquel día y deja el poncho por la levita? Preparado de la manera que él sólo era capaz, con la meticulosidad, con el notable instinto de organización que le distinguía; la mesa quedaba puesta, la merienda a punto, hasta un ramo de jazmines tenía cogido para su sobrina, pues recordaba que era el jazmín su flor favorita, y los balcones de la Barraca de Stuart ostentaban en verano soberbia colgadura de jazmines. Nada faltaba. Y además muchas otras cosas que ya verían... sorpresas, amables sorpresas que les aguardaban, cuyo mérito, si alguno se les reconocía, en justicia había de compartir con la señorita Clotilde y el señor don Celedonio. Conque, ¿qué tal? ¿qué tal?

 
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de Carlos María Ocantos

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