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El sordo, atento únicamente a sus caballos, no podía responder, y Victoria lo hizo con gusto, porque la franqueza y la afabilidad del bondadoso señorón la distraían de sus melancolías. ¡Qué regocijo! ¡qué risas produjeron los detalles de la atareada mañana! No, aquello no era para él, acostumbrado a la libertad pampeana: i levita, sombrero de copa, botas de charol, guantes y alfileres! mayor suplicio de cuantos se han inventado. Si el casarse, además de las durísimas trabas que supone, obliga al paciente a tales exigencias, bien hayan los solterones que hábilmente escaparon de las redes traidoras de Himeneo.

-Digo, los que como yo, por mi desgracia -agregó galantemente,- no han encontrado Victorias en su camino...

Rióse la muchacha y le preguntó si se quedaría en La Justa.

-¡Dios me libre! -contestó don Fabio enarbolando el rebenque con cabo de plata.- El amor es egoísta, y la felicidad despierta la envidia. Yo, hija mía, viejo y todo, aun tengo sangre en las venas. Tan pronto como deje a ustedes instaladitos, me vuelvo en mi Lobuno a tomar el tren de las nueve, y en ocho días no me ven ustedes la cara, no prolongando más mi ausencia, porqué los trabajos de la siega empiezan en diciembre... ¡Quedarme! ni a palos. ¡Bueno se pondría también el señor sobrino! ¡él, que no ha aprendido a dominar sus impresiones! Cuando en la estación me dispuse a venir de escolta., no se olvidó de torcer el hocico...

-No lo crea usted -dijo Victoria,- Josecito es un niño...

-¡A quién se lo adviertes! -clamó el caballero.- Si yo le he sufrido como a sus hermanos... ¡A falta de hijos!... ¡Eh! cuidado, José, que el puente no es muy de fiar...

Pasaron el puente de madera tendido sobre el reseco lecho de un arroyo, que, al decir de don Fabio, arrastraba en invierno tan grande caudal de aguas que apenas si podía vadearse, y ya por dos veces había destruido el paso, y causado muchas fechorías en las tierras vecinas y en los ganados; llamábanle del Cura Magro, porque un sacerdote de tal nombre, paisano del señor don Celedonio, o sea, asturiano (si antes no se ha declarado el origen del digno capellán) y párroco que fue del Trigal, allí se ahogó una noche con el santo Viático; decían los gauchos que por sus orillas vagaba el ánima, envuelta en la sotana negra así que obscurecía, y no cruzaban el puente sin persignarse. Este puente debía ser reemplazado por otro de hierro, pero cómo la política mete en todo la pata, el proyecto empedernido estaba en manos del intendente Herreros, que tan sólo se ocupaba en cubileteos electorales.

 
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de Carlos María Ocantos

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