https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Pequeñas miserias" de Carlos María Ocantos (página 8) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Sábado 18 de mayo de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  3  4  5  6  7  (8)  9  10  11  12  13  14 
 

-¿Que tienes jaqueca? -dijo él con empacho,- bueno, pero esa no es razón, ¡soy tu marido y puedo besarte! Ya no hay testigos... Pero me estaré quieto, no te tocaré ni con la punta del dedo; me sentaré lejos, aquí, más lejos, si te parece. ¡Nadie creerá que somos recién casados! Te digo que si vas a seguir así se lo contaré a la abuela Justita. Yo no me he casado para esto...

Como animalejo que se mete dentro de su concha, herido o desconfiado, se arrinconó silencioso y ya no se movió hasta llegar al Trigal, esperando que Victoria le llamase para desenojarle; pero Victoria no le llamó, ni pensó en ello siquiera. Él enfurruñado, pues, y ella preocupada, pasaron la media hora larga que para llegar aun faltaba, y con los primeros pitidos saltó Josecito, se asomó y palmoteó:

-Ya estamos. He visto al tío Fabío... También a Pardales, el Juez de paz... Hay mucha gente. Vengan acá esas maletas. Supongo que no bajarás con esa cara... No te quejarás de que te molesto. ¡Dichosa jaqueca!

Con palidez de muerta, Victoria se levantó maquinalmente, sin hablar se echó sobre el rostro el velo de motitas, cogía los sacos de mano y los dejaba, con un atolondramiento próximo a la idiotez: empujada por Josecito salió a la plataforma y distinguió a sus pies un enjambre de cabezas que no conocía, brazos que se alargaban para recibirla y voces que saludaban: «¡Bienvenidos! ¿qué tal? muchas felicidades...» Un hombre de aventajada figura, de rico poncho listado y chambergo a la usanza gauchesca, de aire rudo pero con ciertos dejos señoriles, las barbas grises y crecidas como las de un capuchino, hendiendo la multitud se aproximó al coche, y alegremente, con graciosa presteza, arrebató a la muchacha y en medio del círculo respetuoso la dejó, exclamando:

-Señores, ésta es mi sobrina tengo el honor de presentar a ustedes a mi sobrina, la más linda porteña que habrán conocido ustedes.

Aquel era el tío Fabio, el hijo mayor de misia Justa, pero estaba Victoria, tan atontada que no acababa de reconocerle. Y don Fabio comenzó la serie de presentaciones:

-El señor don Celedonio Armero, capellán de La Justa... La señorita doña Clotilde Paces, maestra de la escuela de La Justa, maestra normal con diploma y muy distinguida poetisa... don Zacarías Pardales, juez de paz del Trigal... Misia Petrona Pardales, la señora jueza, diremos, del partido... don Ignacio Churrigorría, cura de esta parroquia... el señor intendente, don Blas Herreros... don Alejo Pardales, estudiante simpático e hijo de su papá...

 
Páginas 1  2  3  4  5  6  7  (8)  9  10  11  12  13  14 
 
 
Consiga Pequeñas miserias de Carlos María Ocantos en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Pequeñas miserias de Carlos María Ocantos   Pequeñas miserias
de Carlos María Ocantos

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com