El nombre de Dios tiene que ser guardado en lo profundo del
corazón. Ni siquiera tú deberías oírlo: debería estar tan profundo dentro de tu
ser, en tus profundidades sublímales, que ni siquiera alcanzara a tu propia
mente. Es eso lo que significa el que el Sumo Sacerdote se retire a la capilla
mas recóndita. Nadie oye, las puertas están cerradas, y él pronuncia el nombre
una vez. El significado es éste: ve a la más recóndita capilla del centro de tu
corazón, purifícate a ti mismo y, de vez en cuando, cuando sientas la fragancia
de tu ser -cuando estés en el clímax de tu energía, cuando estés realmente vivo
y ni un ápice de tristeza persista a tu alrededor-, eres feliz, tremendamente
feliz, extáticamente feliz y tranquilo y silencioso, te encuentras en un estado
en que puedes agradecer, en que te puedes sentir agradecido... entonces, ve a la
capilla más recóndita. Tu mente será dejada fuera -esa es la multitud. Entras
mas profundamente en el corazón, y ahí proclamas tan silenciosamente que ni
siquiera tu mente pueda oír. Allí debe ser llevada la Palabra.
Al principio existía la Palabra,
Y la Palabra estaba con Dios
Y la Palabra era Dios.
No hay diferencia entre Dios y Su nombre. El no tiene nombre;
El, en sí mismo, es Su nombre. Su ser es Su nombre; Su existencia es Su nombre.
Nace un niño. ¿Cuál es su nombre? -ninguno. Pero él es. Ese "ser" es su nombre.
Entonces, con propósitos utilitarios, le damos un nombre y poco a poco olvidará
su "ser" y se identificará con el nombre. Si alguien insulta a ese nombre, se
pondrá furioso; si alguien lo elogia, se pondrá contento. ¡Y el nombre nunca le
perteneció!
Dios es el niño, siempre el niño, siempre la inocencia del
mundo. El no tiene nombre. Ese es el significado de este dicho: y la Palabra
estaba con Dios. Ser, existencia, vida: y la Palabra estaba con Dios.
Su nombre es Su ser. No repitas Su nombre, movilízate dentro de Su ser -esa es
la única forma de llegar a El. En realidad, olvídate de El. Movilízate dentro de
tu propio "ser" y llegarás a El.