Jesús es la culminación de toda aspiración. Está angustiado,
como tú, tal como nace cada hombre -angustiado sobre la cruz. Se halla en el
éxtasis que Krishna logra a veces: celebra; es una canción, es una danza. Y
también es trascendencia. Hay momentos, cuando llegas a estar más y más cerca de
él, en que vedas que su ser más interno no es ni la cruz ni la celebración, sino
la trascendencia.
Esa es la belleza de Cristo: allí existe un puente. Te puedes
acercar a él poco a poco, y te puede guiar hacia lo desconocido -y tan
lentamente que ni siquiera te darás cuenta cuando cruces el límite, cuando
entres en lo desconocido desde lo conocido, cuando el mundo desaparezca y Dios
aparezca. Puedes confiar en él, porque se parece tanto a ti, y al mismo tiempo
es tan distinto. Puedes creer en él, porque él es parte de tu angustia; puedes
entender su lenguaje.
Por eso Jesús se convirtió en un hito importante en la historia
de la consciencia. No es tan sólo una coincidencia el hecho de que el nacimiento
de Jesús se haya convertido en la fecha más importante de la historia. Tiene que
ser así. Antes de Cristo, un mundo; después de Cristo, ha existido un mundo
totalmente diferente -una demarcación en la consciencia del hombre. Hay tantos
calendarios, tantas formas; pero el calendario que se basa en Cristo es el más
importante. Con él, algo ha cambiado en el hombre; con él, algo ha penetrado en
la consciencia del hombre. Buda es hermoso, magnífico, pero no de este mundo;
Krishna es adorable -pero aun así, falta el puente. Cristo es el puente.
De ahí que haya elegido hablar sobre Cristo. Pero recuerda
siempre, no estoy hablando del cristianismo. La Iglesia es siempre anti-Cristo.
Una vez que tratas de organizar a una rebelión, esta tiene que hundirse. No
puedes organizar a una tormenta -¿cómo vas a organizar a una rebelión?-. Una
rebelión está viva y es verdadera sólo cuando es un caos.