Escena XII
Podkolésin y Kochkarév
(entran y miran hacia atrás).
Kochkarév: No nos vio. ¿Viste qué contrariado estaba?
Podkolésin: ¿De veras que lo rechazaron, como a los demás?
Kochkarév: Rotundamente.
Podkolésin: (Con una sonrisa de engreimiento). Debe ser muy desagradable el que a uno lo rechacen.
Kochkarév: ¡Por cierto que sí!
Podkolésin: Todavía no puedo creer que ella haya dicho sin ambages que me prefiere a los demás.
Kochkarév: ¿Qué si te prefiere? Está loca por ti. Es un amor que... ¡No te imaginas los epítetos que te prodigó! ¡Qué pasión! Está hirviendo, pura y simplemente.
Podkolésin: (Con risa engreída). ¡Y, en realidad, si una mujer quiere es capaz de decir unas cosas! ¡A uno ni siquiera se le ocurrirían! Tesoro, cielito, amor mío...
Kochkarév: ¡Bah! Eso no es nada. Cuando te cases, ya verás las palabritas que te dirá en los dos primeros meses de matrimonio: será cosa de derretirse, hermano.
Podkolésin: (Riendo). ¿De veras?
Kochkarév: ¡Te lo digo como hombre honrado que soy! Pero escúchame ahora, pongamos manos a la obra. Ábrele inmediatamente tu corazón y pídele su mano.
Podkolésin: Pero ¿cómo es eso de inmediatamente? ¡Vamos!
Kochkarév: Ahora mismo, sin falta... Y ahí está.