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Escena XIII

Dichas y Tecla.

Tecla: ¡Oh, no! ¡Es pecado hablar de los ausentes sin motivo, Arina Panteleimónovna!

Ágata Tijónovna: ¡Ah, es Tecla Ivánovna! ¡Bueno, vamos, habla, cuenta! ¿Hay?

Tecla: Hay, hay, pero déjame tomar aliento... ¡He estado tan atareada! Para cumplir tu encargo he estado en todas partes, me he arrastrado por las oficinas públicas, por los ministerios, hasta por las comisarías... ¿Sabes que poco faltó para que me pegaran? ¡Te lo juro! La vieja que casó a las de Aférov se me acercó con aire amenazador y me dijo: "¡Condenada, me quitas el pan! ¡Estás trabajando fuera de tu distrito!- "¿Y qué -repliqué, sin ambages-. Tratándose de mi señorita, perdona, pero no ahorraré esfuerzos, quiero dejarla satisfecha". ¡Y hay que ver los novios que te he preparado! El mundo seguirá rodando, pero nunca se han visto novios semejantes. Hoy, vendrán varios. Vine corriendo especialmente para avisarte.

Ágata Tijónovna: ¿Cómo hoy? ¡Tecla Ivánovna, alma mía, tengo miedo!

Tecla: ¡No temas, querida! Vendrán a ver y nada más. Y tú, los mirarás a ellos: si no te gustan, se irán.

Arina Panteleimónovna: ¡Bueno, supongo que se los habrás traído buenos!

Ágata Tijónovna: ¿Y cuántos son? ¿Muchos?

Tecla: Seis.

Ágata Tijónovna: (Con un gritito). ¡Oh!

Tecla: ¿Por qué te alborotas tanto, tesoro? Así, podrás elegir mejor: si no te sirve uno, te servirá otro.

Ágata Tijónovna: ¿Son nobles?

Tecla: Las perlas mismas de la nobleza, a cual mejor: de esos nobles que no se han visto todavía.

Agata Tijónovna: Vamos, dime... ¿Cómo son? ¿Cómo son?

Tecla: Todos buena gente, unos hombres magníficos, como es debido. El primero, Baltasar Baltasárovich Gevákin, ha servido en la marina. Dice que le gustan las novias de buen físico, nada de anémicas. E Iván Pávlovich, el agente fiscal, es tan importante que hasta resulta difícil abordarlo. ¡Es tan corpulento, tan gordo! Y, de repente, me empieza a gritar: "A mí, no me vengas con que la novia es tal o cual, a mí dime sin rodeos cuáles son sus propiedades y sus bienes muebles". ¡Tanto de esto y tanto de lo otro, señor mío! "¡Mientes, hija de perra!" Y agrega otra palabrota tan fuerte que hasta me avergüenza repetirla. Yo, inmediatamente, comprendí: ¡debía ser un hombre muy importante!

Ágata Tijónovna: Bueno... ¿Y quién más?

Tecla: Nicanor Ivánovich Anúchkin. ¡Un hombre tan delicado! Y con sus labios como guindas, palabra. ¡Guapísimo! "Lo que yo necesito -me dijo- es que la novia sea bonita y educada y sepa hablar el francés". Sí, un hombre muy fino, educado a la alemana, eso se ve a la legua, y pequeño, flacucho, de piernas delgadas.

Ágata Tijónovna: No, a mí esos flacucho no me gustan... No sé. Pero... ¡No les veo nada de atrayente...!

Tecla: Si te gustan más macizos, ahí lo tienes a Iván Ivánovich. Imposible elegir mejor. Ése sí que no hay nada que decir, es todo un caballero. No entra por esa puerta.

Ágata Tijónovna: ¿Y qué edad tiene?

Tecla: Es joven. Tendrá unos cincuenta años, y aún quizás no los tenga.

Ágata Tijónovna: ¿Y cómo se llama?

Tecla: Iván Pávlovich Iaíchnitza.

Ágata Tijónovna: ¿Eso es un apellido?

Tecla: Un apellido.

Ágata Tijónovna: ¡Ah, Dios mío, qué apellido! Pero, Tecla de mi alma... Si me casara con él, me llamaría de la noche a la mañana Ágata Tijónovna Iaíchnitza! ¡Dios mío!

Tecla: Hija mía, en Rusia hay unos apellidos que, cuando uno los oye, sólo puede escupir y santiguarse. Bueno, si no te gusta ése, ahí lo tiene a Baltasar Baltasárovich Gevákin... un novio que es una joya.

Ágata Tijónovna: ¿Cómo tiene el cabello?

Tecla: Lindo, lindo.

Ágata Tijónovna: ¿Y la nariz?

Tecla: Y... y la nariz, también es linda; todo lo tiene en su lugar; lo que se llama un novio de primera. Pero no lo tomes a mal: en su casa, sólo tiene una pipa: ni un mueble.

Ágata Tijónovna: ¿Quién más hay?

Tecla: Akinfo Stepánovich Panteléev, funcionario, consejero de tercera, un poco tartamudo, pero muy modesto.

Arina Panteleimónovna: ¡Tú, dale que dale con lo de funcionario! Dinos si no es bebedor; eso es lo que queremos saber.

Tecla: ¡Oh, en cuanto a eso, bebe, no puedo negarlo! Para eso es consejero de tercera. En cambio, es una seda.

Ágata Tijónovna: No, no quiero que mi marido sea un borracho.

Tecla: ¡Como gustes, tesoro! Si no quieres al uno, toma a otro... Por lo demás... ¿qué importa si alguna vez un hombre bebe una copa de más? Después de todo, ése no se pasa toda la semana borracho: hay días en que no bebe.

Ágata Tijónovna: Bueno. ¿Y quién más está?

Tecla: Hay otro, pero ése... ¡Dios le ayude! Los que te dije son mejores.

Ágata Tijónovna: Pero... ¿quién es?

Tecla: Yo no quisiera ni aun hablarte de él. Es consejero de tercera y luce una orden en la solapa, pero es tan difícil de mover que no hay modo de sacarlo de su casa.

Ágata Tijónovna: Bueno... ¿Y quién más? Sólo hay cinco y me hablaste de seis.

Tecla: Pero... ¿acaso no te basta con cinco? Te habías asustado de la media docena y ahora... ¡mira qué alborotada estás!

Arina Panteleimónovna: ¿Y qué quieres que hagamos con tus nobles? Aunque son seis, un solo mercader vale por todos ellos.

Tecla. ¡Oh, no, Arina Panteleimónovna! Un noble es más respetable.

Arina Panteleimónovna: ¿Y de qué nos sirve que sea respetable? Ahí lo tienes a Alejo Dmítrievich, que cuando pasa en trineo y con su gorra de piel...

Tecla: Y si se encuentra con un noble de charreteras, el noble le dice: "¡Eh, mercader de tres al cuarto, apártate de mi camino!" O, si no: "¡A ver, mercader, muéstrame la mejor seda que tengas!" Y el mercader responde: "¡A sus órdenes, señor!" Y el noble le grita: "¡Vamos, quítate el sombrero, mal educado!" He ahí lo que le dice un noble.

Arina Panteleimónovna: Pero el mercader, si quiere, no le da paño al noble y el noble tiene que andar como Dios lo echó al mundo.

Tecla: Entonces, el noble le da una buena zurra al mercader.

Arina Panteleimónovna: Y el mercader se va a quejar a la policía.

Tecla: Y el noble se va a quejar a un senador.

Arina Panteleimónovna: Y el mercader, al gobernador.

Tecla: Y el noble...

Arina Panteleimónovna: ¡Mientes, mientes! ¡Un gobernador es más que un Senador! ¡Mira qué modo de alardear con su noble! Y el noble, cuando hace falta, agacha tanto el espinazo como... (Suena la campanilla de la puerta de calle). Parece que llaman.

Tecla: ¡Oh, son ellos!

Arina Panteleimónovna: ¿Quién, ellos?

Tecla: Pues ellos... Alguno de los novios.

Ágata Tijónovna: (Sobresaltada). ¡Ah!

Arina Panteleimónovna: ¡Dios mío, apiádate de nosotras las pecadoras! ¡Qué desorden hay aquí! (Agarra todo lo que está sobre la mesa y corre por el cuarto). Y la servilleta, la servilleta de la mesa está completamente negra. ¡Duniáshka! ¡Duniáshka! (Aparece Duniáshka). ¡Pronto, una servilleta limpia! (Retira de un tirón la servilleta y da vueltas por la habitación frenéticamente).

Ágata Tijónovna: ¡Ay, tía! ¿Cómo hago? Estoy casi en camisa.

Arina Panteleimónovna: ¡Corre a vestirte, pronto! (Da vueltos frenéticamente por la habitación. Duniáshka trae una servilleta, vuelve a sonar la campanilla). ¡Corre, dile que ya va! (Duniáshka grita desde lejos: "¡Ya va!").

Ágata Tijónovna: ¡Tía! ¡Pero si mi vestido no está planchado!

Arina Panteleimónovna: ¡Ay, Dios misericordioso! ¡Sálvanos de este trance! Ponte otro.

Tecla: (Entra corriendo). ¿Y por qué no salen? ¡Pronto, Agata Tijónovna, tesoro mío! (Se oye el timbre). ¡Oh! ¡Pero si todavía está esperando!

Arina Panteleimónovna: Duniáshka, hazlo entrar y pídele que espere. (Duniáshka corre y se la oye abrir la puerta. Se distinguen voces: "¿Está en casa?" "Sí, está, haga el favor de pasar". Las mujeres, con curiosidad, tratan de atisbar por el ojo de la cerradura).

Ágata Tijónovna: (Con sobresalto). ¡Oh, qué gordo! Tecla: ¡Viene, viene! (Todas salen corriendo).

 
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