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Acto II

Agata Tijónovna sola, luego Kochkarév.

Escena I

Habitación en casa de Ágata Tijónovna.

Ágata Tijónovna: ¡Qué difícil es elegir! Si se tratara de uno o dos hombres, vaya y pase, pero son cuarto... y hay que decidirse por uno. Nicanor Ivánovich no está mal, aunque, naturalmente, es algo flaco; Iván Kúshmich tampoco está mal. Y a decir verdad, también Iván Pavlóvich, aunque gordo, es un hombre de muy buena presencia. ¿Qué hacer? Y Baltasar Baltasárovich no deja de ser persona de méritos. ¡Cómo cuesta decidirse! Si le pudiéramos agregar a la nariz de Iván Kúsmich los labios de Nicanor Ivánovich, y añadirles la desenvoltura de Baltasar Baltasárovich, y quizá la prestancia de Iván Pavlóvich... me decidiría inmediatamente. ¡Y ahora, como para pensarlo! Hasta me duele la cabeza. Creo que lo mejor sería echar a suertes, confiar en la voluntad de Dios: el que saque, será mi marido. Escribiré todos los nombres en unos papelitos, y tomaré uno al azar y que sea lo que Dios quiera. (Se acerca a la mesita, saca unas tijeras y papel, recorta unos papelitos y los dobla, mientras sigue hablando). ¡Desdichada situación la de una muchacha soltera, y más aún si está enamorada! ¡Ningún hombre podría concebir esa situación y ni aun comprenderla! Bueno... ¡Ya están listos todos los papelitos! Basta con ponerlos en el bolso, cerrar los ojos y que sea lo que deba ser. (Pone los papeles en su bolso y los revuelve). ¡Qué miedo...! ¡Ah, ojalá salga Nicanor Ivánovich! ¡No! ¿Por qué ha de ser él? Más vale Iván Kúsmich. ¿Y por qué ha de ser Iván Kúsmich? ¿Qué tienen de malo los demás? No, no, no quiero... Que sea el que salga. (Hurga en e/ bolso y en lugar de sacar uno, saca todos). ¡Ay, todos! ¡Han salido todos! ¡Y cómo me late el corazón! ¡No, uno, uno! ¡Uno solo, sin falta! (Pone los papelitos en el bolso y los revuelve. En ese momento, entra silenciosamente Kochkarév y se detiene detrás de ella). ¡Ah, si saliera Baltasar!... ¿Qué digo?. . quise decir Nicanor Ivánovich... ¡No, no quiero, no quiero! El que diga la suerte.

Kochkarév: Tome a Iván Kúsmich, es el mejor de todos Ágata Tijónovna: ¡Ah! (Se cubre el rostro con las manos, temiendo mirar hacia atrás).

Kochkarév: Pero... ¿de qué se asusta? No se asuste, soy yo. De veras, tome a Iván Kúsmich.

Ágata Tijónovna: ¡Oh, tengo vergüenza!... Usted me estuvo escuchando.

Kochkarév: ¡No es nada, no es nada! Yo soy de la casa, soy un pariente suyo, no tiene por que avergonzarse ante mí: descúbrame su carita.

Ágata Tijónovna: (Descubriendo el rostro a medias). Le aseguro que siento vergüenza.

Kochkarév: Vamos, acepte a Iván Kúsmich.

Ágata Tijónovna: ¡Ah! (Vuelve a cubrirse la cara con las manos).

Kochkarév: Realmente, es un hombre extraordinario, que ha perfeccionado su trabajo... un hombre asombroso.

Ágata Tijónovna: (Descubriendo poco a poco el rostro), ¡Cómo! ¿Y el otro? ¿Y Nicanor Ivánovich? También él es un hombre de valía.

Kochkarév: ¡Por favor! ¡Comparado con Iván Kúsmich, es una basura!

Ágata Tijónovna: ¿Por qué?

Kochkarév: ¿Por qué? Está bien claro. Iván Kúsmich es un hombre que... bueno, simplemente un hombre... un hombre de esos que no se encuentran.

Ágata Tijónovna: ¿E Iván Pavlóvich?

Kochkarév: También Iván Pavlóvich es una basura... Todos ellos lo son.

Agata Tijónovna: ¿De veras que todos?

Kochkarév: Pero reflexione usted misma, compare, simplemente .. Por un lado, tiene a Iván Kúsmich, nada menos: y por el otro, cualquier cosa, un Iván Pavlóvich, un Nicanor Ivánovich... ¡morralla pura!

Ágata Tijónovna: Pero son muy... modestos.

Kochkarév: ¡Qué modestos ni que ocho cuartos! Son unos camorristas, gente alborotadora. ¿Quiere usted que la zurren al día siguiente de la boda?

Ágata Tijónovna: ¡Oh, Dios mío! Esa sí que es la peor desgracia que le podría suceder a una...

Kochkarév: ¡Ya lo creo! ¡Imposible concebir algo peor!

Agata Tijónovna: ¿Y, en su opinión, lo mejor sería aceptar a Iván Kúsmich?

Kochkarév: A Iván Kúsmich: naturalmente. A Iván Kúsmich. (Aparte). Parece que el asunto marcha. Podkolésin me espera en la confitería, tengo que ir a buscarlo cuanto antes.

Ágata Tijónovna: ¿De modo que usted cree que... Iván Kúsmich ?

Kochkarév: Iván Kúsmich, sin falta, Iván Kúsmich.

Ágata Tijónovna: ¿Y debo rechazar a los demás?

Kochkarév: ¡Naturalmente!

Ágata Tijónovna: Pero... ¿cómo podría hacerlo? Siento un poco de vergüenza.

Kochkarév: ¿Por qué ha de sentirla? Diga que es joven y que todavía no quiere casarse.

Ágata Tijónovna: Pero no me creerán y empezaran a preguntar por qué y cómo.

Kochkarév: Bueno. Si quiere terminar con todos a un tiempo, diga, simplemente: "¡Váyanse, estúpidos!"

Agata Tijónovna: Pero... ¿cómo se puede decir eso?

Kochkarév: Pruebe: yo le aseguro que cuando oigan esas palabras todos saldrán corriendo.

Ágata Tijónovna: Pero eso resultará un poco insultante.

Kochkarév: ¿Y qué...? Luego, usted no volverá a verlos. ¿No le da lo mismo?

Ágata Tijónovna: De todos modos, no me parece bien... Se pueden enojar.

Kochkarév: Y si se enojan, ¿qué? Lo peor que podría suceder entonces sería que alguno de ellos le escupiera en la cara... nada más.

Ágata Tijónovna: ¡Pues ya lo ve!

Kochkarév: ¿Y qué tiene de particular? ¡A otros les han escupido tantas veces en la cara! Hasta conozco un hombre muy gallardo y de mejillas rubicundas, que fastidió tanto a su jefe pidiéndole un aumento de sueldo que éste finalmente no pudo aguantar más y le escupió en la cara. ¡Palabra! "¡Ahí tienes tu aumento, y déjame en paz, qué diablos!" Pero, con todo eso, le aumentó el sueldo. Por eso digo... Y si le escupen en la cara... ¿qué? Si no tuviera a su alcance el pañuelo, sería otra cosa, pero lo tiene en el bolsillo... le bastará con sacarlo y secarse. (Suena la campanilla de la puerta de calle). Llaman; es alguno de ellos, sin duda: ahora, no me gustaría encontrarme con ninguno. ¿No hay otra salida?

Ágata Tijónovna: ¡Claro que sí! La puerta de servicio. Pero estoy temblando de pies a cabeza.

Kochkarév: No es nada, no es nada, basta con conservar la presencia de ánimo. ¡Adiós! (Aparte). Traeré a Podkolésin lo antes posible.

 
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