Iaíchnitza: ¡Ah, ahí está! ¡A ver, acércate, vieja pecadora! ¡Acércate!
Anúchkin: ¿De modo que me engañó, Tecla Ivánovna?
Kochkarév: ¡Te ha llegado la hora!
Tecla: No entiendo una sola palabra: ¡me han ensordecido!
Iaíchnitza: La casa está construida sobre un solo ladrillo, vieja canalla, y me has mentido; y en cuanto a los pabellones, sabe Dios de qué son.
Tecla: No lo sé, yo no la he construido. Quizás necesitaran hacerlo con un solo ladrillo y por eso lo hicieron así.
Iaíchnitza: ¡Y, para peor, está hipotecada! ¡Que te lleven todos los diablos, maldita bruja! (Golpea el suelo con el pie).
Tecla: ¡Míralo! Y, todavía, me insulta. Otro, me agradecería haberme molestado por él.
Anúchkin: Y usted, Tecla Ivánovna, me dijo que ella sabía el francés.
Tecla: Lo sabe, hijo mío, y el alemán también, y todos los idiomas; y tiene la mejor educación... sabe de todo.
Anúchkin: No, no. Según parece, sólo sabe el ruso.
Tecla: ¿Y eso, qué tiene de malo? El ruso se entiende mejor, por eso lo habla. Y si supiera el turco, peor para ti, porque no le entenderías una sola palabra. No hay por qué criticar el ruso; es un gran idioma. Todos los santos hablaban en ruso.
Iaíchnitza: ¡Acércate aquí, maldita, acércate a mí!
Tecla: (Retrocediendo intimidada hacia la puerta). No me acercaré, te conozco: eres un hombre rudo y capaz de pegarle a una por nada.
Iaíchnitza: Pues mira, palomita, eso lo pagarás caro. Te denunciaré a la policía, para que aprendas a engañar a la gente honrada. ¡Ya lo verás! ¡Y a la novia, dile que es una bribona! ¿Oyes? ¡Díselo sin falta! (Sale).
Tecla: ¡Mírenlo! ¡Qué modo de enojarse! ¡Porque es gordo, cree que no hay hombre que se le pueda comparar! Y yo, digo que el bribón eres tú... ¡eso es!
Anúchkin: Le confieso que nunca le creí capaz de engañarme así, Tecla Ivánovna. De haber sabido yo que la novia era tan poco culta, yo ni... ¡ni siquiera habría pisado el umbral de esta casa! ¡Eso es!
Tecla: Éstos han comido beleño o bebido más de la cuenta. ¡No están en su sano juicio!