Escena V
Dichos y Kochkarév.
Kochkarév: ¡Vaya con la necesidad que tenía de atarse el cordón!
Iaíchnitza: (Volviéndose hacia él) - Dígame, por favor. ¿La novia es tonta o qué?
Kochkarév: ¿Por qué? ¿Ha sucedido algo?
Iaíchnitza: Se porta de una manera incomprensible. Grita: "¡Me va a pegar, me va a pegar!" y sale corriendo. ¡Qué el diablo la entienda!
Kochkarév: Bueno, sí, eso es corriente en ella: es tonta.
Iaíchnitza: Dígame... Usted es su pariente... ¿verdad?
Kochkarév: Claro que lo soy.
Iaíchnitza: ¿En qué grado de parentesco? ¿Puede saberse?
Kochkarév: Para serle franco, no lo sé; la tía de mi madre, no sé cómo, tiene algo que ver con el padre de ella, o el padre de ella tiene algo que ver con mi tía: eso lo sabe mi mujer... es cosa de ellas.
Iaíchnitza: ¿Y es tonta desde hace tiempo?
Kochkarév: De nacimiento.
Iaíchnitza: Claro, sería preferible que fuera más inteligente; pero, por lo demás, tampoco molesta el que sea tonta; lo importante, es que están en debida forma sus ingresos.
Kochkarév: Pero... ¡si no tiene nada!
Iaíchnitza: ¡Cómo! ¿Y la casa de piedra?
Kochkarév: ¡Pero si sólo dicen que es de piedra! ¡Si usted supiera cómo la construyeron... ! Cada pared se basa en un solo ladrillo, y ese ladrillo está rodeado de toda clase de basura, ripio, grava, virutas, pedazos de madera.
Iaíchnitza: ¡No me diga!
Kochkarév: Naturalmente. ¿Acaso no sabe cómo se hacen ahora las casas? Les basta con poder hipotecarlas.
Iaíchnitza: Pero la casa no está hipotecada... ¿verdad?
Kochkarév: ¿Quién le ha dicho eso? Esa es la cuestión: que no sólo está hipotecada, sino que hace dos años que no se pagan los intereses. Y, para peor, en el Senado hay un individuo que le ha echado el ojo a la casa... y es el canalla más grande que se haya visto, sería capaz de quitarle la última de las polleras a su madre.
Iaíchnitza: ¿Y cómo se explica que la casamentera me haya dicho...? ¡Qué infame! ¡Qué monstruo... (Aparte) Pero es posible que este hombre mienta. ¡Habrá que interrogar severamente a la vieja! Y si eso resulta cierto... bueno... le haré pasar un mal rato.
Anúchkin: Permítame que lo moleste con una pregunta. Confieso que, cuando uno no sabe el francés, le resulta difícil juzgar si una mujer lo sabe o no. ¿Lo sabe la dueña de casa...?
Kochkarév: Ni mu.
Anúchkin: No me diga..
Kochkarév: ¡Claro! La conozco perfectamente. Estudió con mi mujer en el internado y era una holgazana bien conocida; siempre la castigaban por no hacer los deberes. Y el profesor de francés, pura y simplemente, le pegaba con la palmeta.
Anúchkin: ¡Imagínese! Cuando la vi por primera vez tuve no sé por qué el presentimiento de que no sabía el francés.
Iaíchnitza: ¡Al diablo con el francés! Pero... ¿cómo se explica que esa maldita casamentera... ? ¡Ah, ese monstruo, esa bruja! ¡Si ustedes supieran las palabras con que me pintó el asunto!... ¡Parecía un paisajista, un verdadero paisajista! "La casa -me dijo- tiene dos pabellones, con cimientos de piedra. Hay cucharas de plata, trineos... ¡Le bastará con sentarse en ellos y a pasear!" En una palabra, me contó cosas de novela. ¡Ah, bribona! Si cae en mis manos. .