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Escena XIX

Dichos y Starikóv.

Starikóv: (Inclinándose ágil y rápidamente, a la manera de los mercaderes y con los brazos en jarras), ¡Salud, Arina Panteleimónovna! ¡La gente del patio de Los Huéspedes me dijo que usted tenía en venta lana!

Ágata Tijónovna: (Volviéndole la espalda a medias con desdén, en voz baja pero de tal modo que Starikóv la oiga). Esto no es una tienda.

Starikóv: ¡Vaya, vaya! ¿Habré llegado en mal momento? ¿O se la han vendido a otro?

Arina Panteleimónovna: Siéntese, Alejo Dmítrievich; aunque no vendemos lana, le agradecemos la visita. Tenga la bondad de sentarse.

Todos se sientan. Reina el silencio.

Iaíchnitza: ¡Qué tiempo curioso! Por la mañana, parecía que iba a llover y ahora el cielo está lindo.

Ágata Tijónovna: Sí, este tiempo es incomprensible: de pronto aclara, de pronto llueve. Resulta muy desagradable.

Gevákin: Cuando estábamos con la flota en Sicilia, en primavera, el tiempo era así: uno salía de casa con un sol radiante y luego empezaba a lloviznar.

Iaíchnitza: Lo más desagradable es estar solo con semejante tiempo. Cuando un hombre es casado, el asunto cambia por completo: pero si está solo, es simplemente...

Gevákin: ¡Oh, la muerte, la propia muerte!

Anúchkin: Sí, puede decirse que...

Kochkarév: ¡Es una tortura! ¡Uno se harta de la vida! No quiera Dios que uno deba pasar por ese trance.

Iaíchnitza: ¿Y si usted tuviera que elegir novio, señorita? Permítanos conocer su gusto y perdone que le hable con tanta franqueza. ¿Qué carrera le parece más adecuada para un marido?

Gevákin: ¿Le gustaría, señora, ser la esposa de un hombre familiarizado con las tempestades del mar?

Kochkarév: ¡No, no! El mejor de los maridos, en mi opinión, es el hombre capaz de manejar él solo toda una repartición.

Anúchkin: ¿A qué viene ese prejuicio? ¿Por qué desdeñarían ustedes a un hombre que, aunque haya servido en la infantería, sabe apreciar los modales de la alta sociedad?

Iaíchnitza: ¡Señora, decídalo usted misma!

Ágata Tijónovna guarda silencio.

Tecla: Contéstales, hija mía, diles algo.

Iaíchnitza: ¿Y, señora?

Kochkarév: ¿Qué opina, Ágata Tijónovna?

Tecla: (A Ágata, en voz baja). Diles, diles... "Les agradezco sus palabras..."; diles algo. No está bien quedarse callada así.

Ágata Tijónovna: (En voz baja). Tengo vergüenza, palabra: me iré, te juro que me iré. Tía, quédate tú.

Tecla: ¡Oh, no hagas ese papel ridículo, no te vayas! Se reirán de ti. ¡Pensarán quién sabe qué!

Ágata Tijónovna: (En voz baja). ¡No, de veras que me iré me iré, me iré! (Se va corriendo. Tecla y Arina Panteleimónovna se van en pos de ella).

 
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