Escena XXI
Podkolésin y Kochkarév.
Podkolésin: ¿Y qué esperamos nosotros?
Kochkarév: ¿Verdad que es encantadora la dueña de casa?
Podkolésin: ¡Bah! Confieso que no me gusta.
Kochkarév: ¡Esa sí que es buena! Pero... ¡cómo! Si tú mismo reconociste que es linda!
Podkolésin: Es que no me convence: tiene la nariz grande y no sabe el francés.
Kochkarév: ¿Y eso? ¿Para qué necesitas el francés?
Podkolésin: Bueno, de todos modos una novia debe saber el francés.
Kochkarév: ¿Por que?
Podkolésin: Porque, porque... Bueno, no sé por qué, pero si no sabe el francés ya no será lo mismo.
Kochkarév: Vamos, vamos; bastó que lo dijera un imbécil para que él abriera los oídos de par en par. Esa muchacha es una beldad, una belleza poco común, una mujercita de esas que no se encuentran así como así.
Podkolésin: A mí también me pareció hermosa al principio, pero después, cuando empezaron a decir que tenía una nariz larga... la miré bien, y vi que, efectivamente, tenía una nariz larga.
Kochkarév: ¡Vaya un alcornoque! Ellos lo dicen a propósito para alejarte de aquí: y yo también hablé mal de la muchacha... así se acostumbra. ¡Qué mujercita, hermano! Mírale los ojos. ¡Son endiablados! Hablan, respiran. ¿Y la nariz? ¡Es tina delicia! ¡Blanca como el alabastro! Hasta el alabastro hace mal papel a su lado. Mírala bien tú mismo.
Podkolésin: (Sonriendo). Sí, ahora me vuelve a parecer bonita.
Kochkarév: Claro que es bonita. Escúchame. Ahora que se han ido todos, vamos a verla, expliquémonos y asunto terminado.
Podkolésin: No, yo no haré eso.
Kochkarév: ¿Por qué?
Podkolésin: ¡Sería una insolencia! Somos muchos: que elija ella misma.
Kochkarév: ¿Qué te importa toda esa gente? ¿Quieres que yo la liquide en un abrir y cerrar de ojos?
Podkolésin: ¿Cómo?
Kochkarév: Bueno, eso ya es cosa mía. Dame solamente tu palabra de que luego no te echarás atrás.
Podkolésin: ¿Por qué no te la he de dar? No me echaré atrás: quiero casarme.
Kochkarév: ¡Tu mano!
Podkolésin: (Dándosela). ¡Aquí está!
Kochkarév: Bueno, con eso me basta. (Ambos salen).