https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Las aventuras del último abencerraje" de Francois Auguste de Chateaubriand (página 2) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Sábado 18 de mayo de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  (2)  3  4  5  6  7  8  9  10  11  12  13  14 
 

Veinticuatro años habían transcurrido desde la toma de Granada. En este breve espacio de tiempo, habían sucumbido catorce abencerrajes a la influencia de un nuevo clima, a los azares de tina vida errante, y especialmente a esos ocultos pesares que miran sordamente las fuerzas humanas. Un solo vástago era toda la esperanza de esta famosa casa. Aben-Hamet, que llevaba el nombre del abencerraje, acusado por los zegríes de haber seducido a la sultana Alfaïma, reunía en su persona la hermosura, el valor, la cortesanía y la generosidad de sus antepasados, a la par de ese tranquilo brillo y esa ligera expresión de melancolía que imprime el infortunio noblemente sufrido, y contaba sólo veintidós años al perder su padre. Resolvió entonces hacer una peregrinación al país de sus mayores, fin de satisfacer la necesidad de su corazón y realizar un designio que ocultó con esmero a su madre.

Embarcóse en la escala de Túnez, y conducido por un viento favorable a Cartagena, saltó en tierra y tomó el camino de Granada, anunciándose como un médico árabe que iba a herborizar a Sierra Nevada. Una pacífica mula le llevaba lentamente al país donde los abencerrajes volaban en otro tiempo caballeros sobre belicosos corceles; precedíale un guía, conduciendo otras dos mulas adornadas de cascabeles y de moños de lana de diferentes colores, Aben-Hamet atravesó los vastos matorrales y los bosquecillos de palmeras del reino de Murcia, y juzgando por su vejez que habían sido plantadas por sus padres, apoderóse de su corazón honda amargura. Aquí se elevaba una torre donde velaba el centinela, en tiempo, de la guerra de los moros y los cristianos allí se dejaba ver una ruina, cuya, arquitectura anunciaba su origen morisco: nuevo motivo de dolor para el abencerraje, que se apeaba de su mula, y bajo pretexto de buscar ciertas plantas, se ocultaba en aquellos tristes despojos del tiempo, para dar rienda suelta a sus lágrimas. Volvía luego a emprender su camino, abismado en mil ideas fantásticas, al estrépito de las campanillas de la caravana y al monótono canto de su guía, que no interrumpía su largo romance sino para animar sus mulas, apellidándolas gallardas y valerosas, o para increparlas con los nombres de perezosas y tercas.

Los rebaños de carneros que un pastor conducía por las amarillas o incultas llanuras, y algunos aislados viajeros, lejos de esparcir la animación y la vida en el camino, servían únicamente para hacerlo más triste y desierto. Todos aquellos viajeros ceñían una larga tizona, se cubrían con su capa, y un ancho sombrero inclinado hacia delante les cubría medio rostro. Saludaban al paso a Aben-Hamet, que sólo distinguía en aquel noble saludo los nombres de Dios, señor y caballero. Cuando cerraba la noche, el abencerraje se sentaba en la venta, en medio de los extranjeros, sin que le ofendiese una indiscreta curiosidad, pues nadie le hablaba ni le dirigía pregunta alguna, porque ni su turbante, ni su traje, ni sus armas excitaban la menor admiración. Puesto que Alá habla querido que los moros de España perdiesen su hermosa patria, Aben-Hamet no podía dejar de estimar a los graves conquistadores.

Más vivas aún eran las emociones que esperaban al abencerraje al término de su excursión. Granada está construida al pie de Sierra Nevada, sobre dos enhiestas colinas, separadas por un profundo valle. Las casas, situadas en el declive de las colinas, en el fondo de aquél, dan a la ciudad el aspecto y la forma de una granada entreabierta, circunstancia a que debe su nombre. Dos ríos, el Genil y el Darro, de los cuales el uno arrastra pajillas de oro, y el otro arenas de plata, bañan el pie de las colinas, y se reunen y serpentean en una llanura encantadora, llamada la Vega. Esta llanura, sobre la cual descuella Granada, está cubierta de viñedos, granados, higueras, moreras y naranjos, y rodeada de montañas de forma y color admirables. Un cielo encantado y un ambiente puro y delicioso abisman el alma en una secreta languidez de que cuesta trabajo librarse al viajero que no hace sino pasar. Echase bien de ver que en semejante país las pasiones tiernas hubieran sofocado en breve las pasiones heroicas, si el amor, para ser verdadero, no necesitase siempre apoyarse en la gloria.

Cuando Aben-Hamet descubrió los remates de los primeros edificios de Granada, su corazón palpitó con tanta violencia, que se vio precisado a detener su mula; así es que, cruzando los brazos sobre el pecho y fijos sus ojos en la sagrada ciudad, permaneció mudo e inmóvil. El guía se detuvo a su vez, y como un español comprende fácilmente todos los sentimientos elevados, mostróse conmovido y adivinó que el moro pensaba en su antigua patria. El abencerraje rompió al fin su silencio, y dijo:

-¡Guía, sed feliz! No me ocultes la verdad, porque la calma reinaba en las olas el día de tu nacimiento, y la luna entraba en su creciente. ¿Qué torres son esas que brillan a manera de estrellas sobre aquel frondoso bosque?

-Es la Alhambra -repuso el guía.

-¿Y ese otro castillo que descuella sobre esa colina?

-Es el Generalife; hay en este palacio un jardín plantado de mirtos, donde es fama que un abencerraje fue sorprendido con la sultana Alfaïma. Más allá verás el Albaycín, y más cerca de nosotros las Torres rojas.

Cada palabra del guía desgarraba el corazón de Aben-Hamet. ¡Cuán cruel es haber de recurrir a los extranjeros para conocer los monumentos de nuestros padres, y hacerse narrar por hombres indiferentes la historia de nuestra familia y nuestros amigos! El guía, interrumpiendo las reflexiones de Aben-Hamet, exclamó:

-Marchemos, señor moro; ¡Dios lo ha querido así! Cobrad aliento. ¿No está hoy mismo prisionero en nuestro Madrid, Francisco I? ¡Dios lo ha dispuesto! -Esto dicho, descubrió su cabeza, santiguóse y espoleó sus mulas. El abencerraje hizo lo mismo con la suya, y exclamó:

-¡Estaba escrito! -y se encaminaron a Granada.

Pasaron cerca del grueso fresno, célebre, por el combate de Muza y del gran maestre de Calatrava, en tiempo del último rey de Granada. Dieron la vuelta al paseo de la alameda, y entraron en la ciudad por la Puerta de Elvira. Subieron a la Rambla, y llegaron poco después a una plaza rodeada por todas partes de casas de arquitectura morisca. En la plaza se veía un kan construido por los moros de Africa, a quienes el comercio de sedas de la Vega atraía en considerable número a Granada. El guía condujo al kan a Aben-Hamet.

Este se sentía harto agitado para disfrutar un poco de reposo en su nueva vivienda: la patria le atormentaba. No pudiendo hacerse superior a los sentimientos que agitaban su corazón, salió a media noche para vagar por las calles de Granada, procurando reconocer con sus ojos y sus manos algunos de los monumentos que tantas veces le habían descrito los ancianos. Tal vez aquel alto edificio cuyas paredes vislumbraba al través de las tinieblas, era la antigua morada de los abencerrajes; tal vez, en aquella plaza solitaria se celebraban las fiestas que levantaran hasta las nubes la gloria de Granada. Por allí pasaban las cuadrillas soberbiamente vestidas de brocados; más allá se adelantaban las galeras rargadas de armas y de flores, los dragones que vomitaban fuego y que ocultaban en su seno ilustres guerreros: ingeniosas invenciones del placer y de la galantería.

 
Páginas 1  (2)  3  4  5  6  7  8  9  10  11  12  13  14 
 
 
Consiga Las aventuras del último abencerraje de Francois Auguste de Chateaubriand en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Las aventuras del último abencerraje de Francois Auguste de Chateaubriand   Las aventuras del último abencerraje
de Francois Auguste de Chateaubriand

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com