Si ves un trozo de carbón, no se te ocurriría pensar que ese
carbón, si es transformado, se convierte en diamante Los elementos presentes en
el carbón son los mismos que en el diamante. En esencia, no existe diferencia
fundamental entre los dos. Después de ser sometido a un proceso de miles de
años, el carbón se convierte en diamante. Pero al carbón no se le otorga
importancia alguna: aun si se le almacena en una casa, se le pone en un lugar en
que no sea visto por los visitantes; y los diamantes, por otra parte, se llevan
alrededor del cuello, sobre el pecho, de modo que todo el mundo pueda verlos. El
diamante y el carbón son lo mismo, aun cuando son dos puntos de la jornada del
mismo elemento. ¿Y sin embargo, es acaso obvia en alguna parte del mundo esta
afinidad interna entre ellos? Si te transformas en un enemigo del carbón -lo que
sería muy natural, dado que a primera vista el carbón sólo puede ofrecer hollín
negro- la posibilidad de su transformación en diamante finalizaría en ese punto.
Ese mismo carbón podría haberse transformado en un diamante; sin embargo,
odiamos al carbón, y de allí la anulación de cualquier posibilidad de progreso
posterior.
Sólo la energía del sexo puede florecer en amor, pero todo el
mundo -incluyendo a los grandes pensadores del hombre- está en su contra. La
oposición no permite que la semilla germine. El palacio del amor es saboteado en
la etapa de construir los cimientos. La hostilidad en contra del sexo ha
destruído la posibilidad del amor. Al carbón se le quita la posibilidad de
transformarse en diamante. Es debido a este concepto fundamental erróneo que
nadie siente la necesidad de atravesar las etapas de aceptación, desarrollo y
transformación del sexo. ¿Cómo podemos transformar algo de lo cual somos
enemigos, ante lo cual nos oponemos, con lo cual estamos en guerra
constante?
Al hombre se le ha impuesto una lucha constante en contra de su
energía. Se le enseña a luchar en contra de la energía sexual, a oponerse a las
tendencias sexuales. La mente es veneno; por lo tanto, lucha en su contra. Pero
la mente está en el hombre y el sexo también. Y sin embargo, se espera del
hombre que se encuentre libre de conflictos internos; se espera de él que tenga
una existencia armoniosa. Debe luchar en contra de los conflictos y también
hacer la paz con ellos, esas son las enseñanzas. Por un lado, haz que el hombre
se vuelva loco, y por el otro, construye manicomios para someterlo a
tratamiento. Esparce los gérmenes de la enfermedad y construye, paralelamente,
los hospitales para curarla.