El niño juguetón se acercaba a él, y el árbol inclinaba sus
ramas. El árbol se alegraba mucho cuando el niño cogía algunas flores; todo su
ser se llenaba con la alegría del amor. El amor siempre está feliz cuando puede
dar algo; el ego siempre está contento cuando puede obtener algo.
El niño creció. A veces dormía en el regazo del árbol, comía
seis frutas y en ocasiones lucía una corona con las flores del árbol y actuaba
como un rey de la jungla. Uno se vuelve como un rey dondequiera que haya flores
de amor, y uno se vuelve pobre y lleno de sufrimiento siempre que las espinas
del ego estén presentes. Ver al niño danzando con una corona de flores, llenaba
al árbol de emoción, de alegría. Asentía con amor, cantaba con la brisa... El
niño creció aún más. Comenzó a trepar al árbol para balancearse en sus ramas. El
árbol se sentía muy contento cuando el niño descansaba sobre sus ramas. El amor
se siente feliz dándole comodidad a alguien; el ego se siente feliz incomodando
a todo el mundo.
Con el paso del tiempo, el niño recibió el peso de nuevas
tareas. También surgió la ambición; tuvo que pasar exámenes; tenía amigos con
los cuales solía conversar y curiosear, por tanto, no venía con frecuencia. Pero
el árbol le esperaba ansiosamente. Desde su alma le llamaba: "¡Ven, ven!, te
estoy esperando". El amor espera día y noche. Y el árbol esperaba. Se sentía
triste cuando el niño no venía. El amor se siente triste cuando no puede
compartir; el amor se siente triste cuando no puede dar. El amor se siente
agradecido cuando puede compartir. El amor está contentísimo cuando puede
entregarse totalmente.
A medida que crecía el niño visitaba cada vez menos al árbol.
El hombre que se vuelve grande, cuyas ambiciones crecen, encuentra menos y menos
tiempo para el amor. El muchacho se hallaba ahora absorto en los asuntos
mundanos.
Un día, cuando él pasaba, el árbol le dijo: "Te espero siempre
pero no vienes. Te espero todos los días".