El tronco esperó y esperó. Deseaba gritar, pero ni siquiera
tenía ramas u hojas que le dieran fuerza. El viento soplaba, pero no podía
entregar al viento ningún mensaje. Pero aun así, en su alma sólo había una
oración: "Ven, ven, querido. Ven". Pero nada ocurría.
El tiempo pasó, y el hombre era ahora un anciano. Una vez pasó
por allí y se detuvo junto al árbol.
El árbol preguntó: "¿Qué más puedo hacer por ti? Has venido
después de mucho, mucho tiempo".
El hombre dijo: "¿Qué más puedes hacer?
"Quiero viajar a países distantes para ganar dinero. Necesito
un bote para viajar".
Con alegría el árbol dijo: "Pero, eso no es un problema,
querido mío. Corta mi tronco y haz un bote con él. Estaré muy contento de
ayudarte a que viajes a países lejanos a ganar dinero... Pero, por favor
recuerda que siempre estaré esperando tu regreso.
El hombre trajo una sierra, cortó el árbol, fabricó un bote y
se fue. Ahora el árbol era una pequeña cepa.
Y, sigue esperando, a que su amado regrese. Espera, espera y
espera.
El hombre nunca regresará; el ego sólo va allí donde puede
obtener algo, y ahora el árbol no tiene nada, no tiene nada absolutamente que
ofrecer.
El ego no acude allí donde no puede lograr algún beneficio.
El ego es un eterno mendigo, siempre pidiendo, demandando algo.
El amor es bondad. El amor es un rey. Un emperador. ¿Existe acaso un rey más
grandioso que el amor?