Había olvidado totalmente al árbol. Pasaron los años. El árbol
estaba triste. Anhelaba el regreso del muchacho -como una madre cuyos pechos se
hallan llenos de leche- pero su hijo se ha perdido. Todo su ser está anhelando
al niño, busca enloquecidamente al riño para que lo alivie. Tal era el grito
interno de ese árbol. Todo su ser estaba en agonía.
Después de muchos años, el muchacho - que ahora era un hombre -
vino a ver al árbol.
El árbol dijo: "Ven, mi niño. Ven, abrázame".
El muchacho respondió: "Deja el sentimentalismo. Eso era cosa
de la niñez. Ya no soy un niño".
El ego toma el amor por locura, una fantasía infantil. Pero el
árbol le invitó: "Ven, balancéate sobre mis ramas. Danza. Juega conmigo".
El hombre respondió: "Deja la charla inútil. Deseo construir
una casa. ¿Puedes darme una casa?"
El árbol exclamó: "¿Una casa?... Yo vivo sin una casa. Sólo los
hombres viven en casas. Nadie más vive en casas, excepto el hombre. Y ¿te das
cuenta del estado en que se encuentra debido a su confinamiento entre cuatro
paredes?"
Cuanto más grandes los edificios que construye, más pequeño se
vuelve el hombre. "No vivimos en casas... pero puedes cortar y llevarte mis
ramas, y con ellas podrás construir una casa".
Sin perder tiempo, el hombre trajo un hacha y cortó todas las
ramas del árbol. El árbol era ahora un mero tronco desnudo. Pero al árbol no le
importan estas cosas - aún si sus miembros son cortados para los seres amados.
El amor es dar; siempre está dispuesto a dar.
El hombre no se molestó en agradecer al árbol. Construyó su
casa... y los días se convirtieron en años.