Cavamos un pozo. El agua se encuentra allí adentro, no hay que
traerla de alguna otra parte. Sólo cavamos y quitamos tierra y piedras. ¿Qué
hacemos entonces? Creamos un vacío. Cavar un pozo significa crear un vacío, de
modo que el agua que se halla oculta debajo encuentre un espacio para emerger,
para aparecer. Aquello que está adentro desea espacio; anhela un vacío - que no
tiene - para salir, para manar a chorros. El pozo está lleno de arena y piedras.
Apenas quitemos la arena y las piedras, el agua emergerá. En forma similar, un
hombre se halla lleno de amor, pero éste requiere espacio para aparecer en la
superficie. Mientras tu alma, tu corazón se hallen afirmando al "yo", serás un
pozo lleno de arena y piedras, y mientras tanto, el flujo del amor no emergerá
en tu pozo.
...He oído contar la historia de un antiguo y majestuoso árbol,
cuyas ramas se extendían hacia el cielo. Cuando llegaba la estación de las
flores, mariposas de todas las formas, tamaños y colores, bailaban a su
alrededor. Las aves de países lejanos venían y cantaban cuando sus flores
maduraban en frutos. Las ramas, como manos extendidas, bendecían a todos los que
acudían a sentarse bajo su sombra. Un niñito solía venir a jugar junto a él y el
gran árbol se encariñó con el pequeño. El amor entre lo grande y lo pequeño es
posible, si el grande no es consciente de su grandeza. El árbol no sabía que era
grande, sólo el hombre tiene ese tipo de ideas. La prioridad de lo grande
siempre es el ego, pero para el amor no hay grande o pequeño; el amor abraza a
quienquiera que se acerque.
Así, el árbol comenzó a amar a este pequeño que solía venir a
jugar cerca de él. Las ramas eran altas, pero las inclinaba hacia el niño, de
modo que pudiera coger sus flores y frutos. El amor siempre es reverente; el ego
nunca está dispuesto a inclinarse. Si te acercas al ego, sus ramas se estirarán
aún más araba, se pondrá rígido para que no puedas alcanzarlo.