Lo que le ocurrió a este hombre le ha ocurrido a toda la
humanidad. El sexo se ha transformado en una obsesión, en una enfermedad, en una
perversión. Está envenenado debido a la condenación a que ha sido sometido.
Desde su más tierna edad a los niños se les enseña que el sexo
es pecado. A las niñas se les dice, a los niños se les advierte, que el sexo es
pecado. Una niña crece. Un niño crece. Viene la adolescencia. Contraen
matrimonio. Y así se inicia un viaje a la pasión, con la convicción establecida
de que el sexo es pecado. A la muchacha también se le dice que su esposo es un
dios. ¿Cómo puede reverenciar como a un dios a alguien que la conduce al pecado?
Al muchacho se le dice que ella es su esposa, su pareja, su compañera. Las
escrituras afirman que la mujer es la entrada al infierno, una fuente de pecado.
El muchacho tiene un infierno vivo como compañera de vida. El muchacho piensa:
"¿Es ésta mi amada mitad? ¿Mi amada mitad destinada al infierno, orientada al
pecado? ¿Cómo puede haber armonía en su vida? Las enseñanzas tradicionales han
destruído la vida marital del mundo entero. Cuando existen prejuicios acerca de
la vida marital, cuando ésta se halla envenenada, no existe la posibilidad del
amor. Si marido y mujer no pueden amarse libremente el uno al otro -lo que es
inherente y muy natural- ¿quién va a amar a quién?
Esta angustiosa situación, este amor turbulento, puede ser
purificado, se puede elevar a alturas tan grandiosas que puede romper todas las
barreras, resolver todos los complejos y sumergirlos en regocijo puro y divino.
Esta cosa sublime es posible. Pero si la misma semilla es destruida, si es
secada, envenenada, ¿qué puede crecer de ella? ¿Cómo podría llegar a ser una
rosa de amor supremo?