Ya más avanzada la mañana,
Elisa distinguió en las alturas, y como flotando en el aire, grandes
masas de hielo brillantes y pulidas como témpanos. A mediodía apareció un palacio de más de un kilómetro de largo, flanqueado por gigantescas hileras de columnas, cimbreantes palmeras y flores enormes, casi del tamaño de ruedas de molino. La niña preguntó si era ése el país adonde se dirigían; los cisnes menearon las cabezas negativamente, pues lo que estaban viendo era un espejismo, el maravilloso y cambiante palacio del Hada Morgana, en el cual no podía atreverse a entrar mortal alguno. Mientras Elisa contemplaba aquel espectáculo, tanto el palacio como los jardines y las montañas se deshicieron en el aire, dejando en su lugar veinte magníficas iglesias de altas torres y estrechos ventanales. Hasta parecían oírse las notas de un órgano, pero se trataba del mar. Cuando al fin llegaron en vuelo a lo que parecían iglesias, éstas se transformaron en un gran navío que avanzaba allá abajo, con todas las velas desplegadas... y que en realidad no era sino la niebla marina que flotaba sobre las aguas.
Muchas visiones cambiantes pasaron ante los ojos de Elisa, hasta que por último distinguió la tierra firme a donde se dirigían. Ante ella aparecieron hermosas montañas azules con bosques de cedros y suntuosos palacios. Mucho antes de que el sol se ocultara, la joven estaba sentada en un lugar de las colinas, ante una amplia caverna tapizada por delicadas enredaderas verdes que parecían finos encajes.
-Veremos lo qué sueñas aquí esta noche -dijo el hermano más joven, indicándole el lugar donde ella iba a dormir.
-¡Si sólo pudiera
soñar en la manera de libertaros! -respondió Elisa, y este pensamiento dominó su mente por completo. Oró a Dios fervorosamente pidiendo su ayuda, y aún en sueños continuaba orando. Le pareció que iba en vuelo hacia el castillo del Hada Morgana, y que ésta salía a recibirla. Era amable y esplendorosa, y sin embargo se asemejaba mucho a la anciana que le obsequió fresas en el bosque y le habló de los cisnes con coronas de oro.
-Hay un medio de liberar a tus hermanos
-dijo pero, ¿tendrás tú el valor y la resistencia
necesaria? Es cierto que el mar es más blando que tus manos y sin embargo moldea las más duras piedras; con todo, no tiene corazón ni sufre el dolor y la angustia que tú tendrás que soportar. ¿Ves esta ortiga que tengo en la mano? Alrededor de la cueva donde duermes crecen muchas como ésta, y sólo podrán servirte ésas y las que brotan en el cementerio. ¡No lo olvides! Recógelas, pues, aunque te irriten y lastimen las manos; luego las aplastarás con los pies y obtendrás unas fibras con, las cuales tejerás once cotas de malla de mangas largas. Las echarás sobre los once cisnes, y así quedará roto el maleficio. Pero, recuérdalo, desde el momento en que empieces el trabajo hasta que lo concluyas, así te lleve años, no deberás proferir una sola palabra. La primera palabra que digas será lo mismo que una daga en los corazones de tus hermanos. Sus vidas dependen de tu lengua, y tenlo bien presente.