Mientras él hablaba, una
maravillosa fragancia se esparció alrededor, como de millones de rosas. Cada uno de los tizones de la hoguera había echado raíces y ramas, y en el lugar acababa de crecer un gran matorral de rosas rojas. En la cúspide había un pimpollo de un blanco purísimo, que brillaba como una estrella. El rey lo arrancó y lo prendió en el pecho de Elisa, que recobró el sentido llena de alegría y de paz.
Y entonces todas las campanas empezaron a repicar por sí mismas, y una gran bandada de pájaros cantores se arremolinó alrededor de ellos. Y al palacio regresó un cortejo de bodas como nunca antes había visto rey alguno, en ninguna parte.