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-Pues nosotros -dijo el mayor- tenemos que volar con nuestra apariencia de cisnes mientras el sol está sobre el horizonte; al caer la noche recobramos nuestra condición de hombres. De modo que nos vemos obligados a buscar un lugar donde posarnos antes del crepúsculo, no sea que nos precipitemos a las profundidades del mar. Pero no es aquí donde habitamos. Hay más allá del océano otro país tan hermoso como éste, aunque peligroso de alcanzar, pues en el camino hacia él por sobre las aguas no se halla una sola isla donde pasar la noche. Sólo se alza apenas sobre las aguas, a mitad de camino, una pequeña y solitaria roca, no más grande que lo indispensable para que podamos estar de pie y muy juntos, y no sin que las olas nos empapen cuando el mar está algo picado. Pero damos gracias a Dios por esa roca, sobre la cual pasamos la noche en nuestra forma humana y sin cuyo auxilio nunca podríamos volver a visitar nuestra amada patria. Porque has de saber que el vuelo dura dos días. Sólo una vez al año se nos permite visitar la tierra de nuestros padres y no nos atrevemos a permanecer en ella más de once días. Revoloteamos sobre el bosque hasta divisar el palacio donde nacimos, y donde habita nuestro padre, y poco más lejos las torres de la iglesia en la cual está sepultada nuestra madre. Y oímos a las gentes del pueblo, cantar las viejas canciones que nosotros solíamos danzar cuando niños. Esta es nuestra patria, hacia ella nos sentimos atraídos, y en ella te hemos vuelto a ver, hermanita. Podemos quedarnos aquí dos días más, pero luego tendremos que partir de nuevo hacia otro país muy hermoso, pero que no es el nuestro. ¿Qué modo habría para llevarte alguna vez con nosotros? No tenemos barco, ni embarcación de ninguna especie.

-Y yo, ¿cómo podría hacer para libertaros? -preguntó la joven. Y así siguieron conversando casi toda la noche, salvo unas pocas horas que dedicaron al descanso.

Aquella mañana despertó a Elisa un rumor de alas que se agitaban sobre su cabeza. Eran sus hermanos, transformados de nuevo, que volaban en grandes círculos hasta que se perdieron de vista a la distancia. Pero uno de ellos, el menor, se había quedado atrás. Elisa le acarició las plumas de la cabeza, y los dos permanecieron juntos todo el día. Hacia el anochecer regresaron los otros, y en cuanto el sol se puso recobraron sus formas naturales.

-Mañana tendremos que partir en vuelo, y no nos atreveremos a regresar hasta dentro de un año, pero no podemos dejarte así. ¿Tendrás valor para venir con nosotros? Nuestras alas son vigorosas, y uniendo las fuerzas de todos no hay duda de que podríamos llevarte a través del océano.

-¡Oh, sí! ¡Llevadme con vosotros! -respondió Elisa.

Y se pusieron todos a entretejer una especie de red hecha con corteza elástica de sauce sujeta por junco!. Elisa se acomodó en esa red, que era fuerte y amplia, y cuando al salir el sol los hermanos se convirtieron otra vez en cisnes, asieron la red en sus picos y levantaron vuelo por entre las nubes con su preciosa carga. Elisa iba dormida, y como el sol le daba en la cara, uno de los cisnes volaba sobre la cabeza de la niña para darle sombra con sus alas.

 
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Los cisnes silvestres de Hans Christian Andersen   Los cisnes silvestres
de Hans Christian Andersen

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