La pobre Elisa estaba en la casa del paisano, jugando con una hoja verde, pues carecía de otros juguetes. Hizo en la hoja un agujero a través del cual se puso a mirar el sol, y le pareció como si viera en el astro los brillantes ojos de sus hermanos.
Los días fueron pasando, monótonos. Cuando el viento pasaba susurrando por entre los setos de rosales que rodeaban la casa, decía a las flores:
-¿Quién puede ser más hermosa que vosotras?
Pero las rosas meneaban las cabezas y respondían:
-¡Elisa!
Y cuando la anciana dueña de casa se sentaba a la puerta leyendo en su libro de oraciones, el viento soplaba las hojas haciéndoles dar vuelta y les decía:
-¿Quién puede ser más piadosa que vosotras?
-Elisa -respondía el libro. Y tanto las rosas como el libro decían la verdad.
Cuando cumplió los quince
años, Elisa regresó al palacio. Pero al ver la reina qué linda se había puesto, sintió que su corazón se llenaba de ira. De buena gana la habría convertido en un cisne silvestre como a sus hermanos, mas no se atrevió a hacerlo enseguida por temor al Rey, que deseaba ver a su hija.