La mañana siguiente la Reina buscó tres sapos, los besó, y dijo al primero:
-Cuando Elisa venga a tomar su baño, pósate sobre su cabeza, para que se vuelva perezosa y torpe como tú.
Y al segundo:
-Pósate sobre su frente para que se vuelva fea como tú, y su padre no la conozca.
Y al tercero:
-Pósate sobre su corazón para que entre en él un mal espíritu que se haga una carga para ella.
Luego soltó los sapos en un estanque de agua clara, que se tiñó inmediatamente de verde.
Más tarde, cuando la niña se
zambulló en el agua, uno de los sapos se le enredó en el cabello, otro se le posó en la frente y el tercero se acercó a su corazón. Pero al salir ella de nuevo a la superficie, vio que en el agua flotaban tres amapolas rojas. Si aquellos animales no hubieran sido venenosos, y recibido además el beso de la bruja, se hubieran transformado en otras tantas rosas. Tales como eran, se convirtieron en flores por el sólo hecho de haber perdido un instante junto a la cabeza o el corazón de Elisa. La niña era demasiado buena e inocente para que las hechicerías tuvieran poder alguno sobre ella.
Al ver esto, la perversa Reina se
apoderó de la niña y la frotó con jugo de nuez para desfigurarla, y por si ello fuera poco le salpicó la cara con cierto ungüento de olor desagradable. Le desgreñó y enredó además el hermoso cabello. Habría sido imposible reconocer así a la hermosa Elisa.