Millones de
emigrantes han escapado de los grilletes de la represión económica de clase
social, consumidos por esta divinidad de la propiedad privada sobre los
trabajadores y la producción social de riqueza.
Los ciclos
económicos de malas cosechas, de malas ventas, de falta de dinero, siempre
implican hambre y paro.
Las devaluaciones
del dinero, las quiebras de fábricas, de comercios y bancos: todos los
trabajadores enfrentados al infierno de las tripas frías y raídas.
Los ciclos
económicos señalan que la sociedad está esclavizada a leyes naturales, que no
habrán de controlarse por la voluntad del hombre, sino por el Leviatán del
mercado competitivo y monopolista: la recuperación del auge económico supone la
concentración y centralización del capital y la dispersión de los trabajadores
en la emigración.
La voz del
profeta visionario en el siglo XIX se alza por encima de la multitud de
emigrantes, que espera embarcar a la búsqueda de un lugar donde haya esperanza y
no cadenas.