¿Acaso es ironía
filantrópica decir que el dinero en manos de los pobres es de cobre y el dinero
en manos de los ricos es de oro?
No es incierto
afirmar que la pérdida del valor del dinero, el dinero de cobre, disminuye la
cantidad de alimentos que abarca el salario, el excedente de la cosecha del
pobre campesino, encarece el alquiler, el pan adulterado, el ajuar que empeñan
los pobres en las Casas de Misericordia y la andrajosa ropa de los trabajadores;
por nombrar al arbitrio esto, que de lo otro no hay que allegarlo en la mención
pues se conoce sin mentarlo.
No es notorio que
los gobernantes y clérigos predican contra la usura, pero hacen de lazarillos a
usureros, prestadores, diteros y a los piojos entre las costuras de tenderos y
buhoneros. Estos que fían dos y reciben cuatro por subsistencias caras y
adulteradas.
Los sujetos atesoradores del caudal metálico y político
ilegítimos saben del origen bárbaro de la riqueza, de las leyes de excepción,
con los golpes de estado bonapartista, de los topos filtrados entre carbonarios
y masones, en los comités internacionalistas de obreros, en las asociaciones de
oficios anarquistas, en las represiones militares de las huelgas, en las marchas
cartistas que se dirigen a Kennington. A los ricos no les importa su ignorancia,
sólo su avaricia y soberbia.
Aun así, en las
prédicas de la inglesa anglicana y católica se exige el sometimiento del
infortunado a las predicciones de un Dios oculto y mudo.
Los anglicanos,
bajo la providencia divina, ocultan la realidad social, la encubren con la
predestinación de la crisis económica de precios altos y paro, la justificación
como castigo divino.
La clerecía
católica que utiliza el púlpito para sermonear a los pobres por allanarse el
acceso al pan de trigo, reconviniendo fingidamente a los ricos por su soberbia y
avaricia, asustándolos con las penas infernales mientras sus capillas privadas
se iluminan con los reflejos de la plata y el oro, el chisporreteo de los cirios
en las capillas sepulcrales, los cuadros de devoción del ciclo de la epifanía y
la pasión de Cristo; en los santos, beatos y mártires están las facciones de sus
familiares, en cuyos rostros no se delata la entrega sumisa a los votos de
pobreza, castidad y obediencia.
Esos rostros
exaltan la inutilidad de la voluntad libre y del conocimiento
científico.