¿No sería infamia
perturbar el entendimiento recto de los electores desde en el instante que la
tartufería altera los méritos electivos de los cargos públicos, pues las
banderías políticas proponen la imposición de cargos públicos sin integridad ni
bondad natural?.
Aquellos que
recaban la ignorancia de los electores actúan de mala fe, ya que a la vez que
ellos gustan de la inmoralidad corrompen la virtud de los ciudadanos que se
desprenden de sus intereses particulares.
Nadie debe
ignorar que la virtud moral es la de dar sin esperar prebendas. La virtud cede
la voluntad individual desinteresada a la voluntad general del pueblo, que por
sufragio universal elige a los ciudadanos virtuosos. Ellos se constituyen en
órganos colectivos, para legislar y obligar a que las leyes se
cumplan.
Los
revolucionarios, que lucharon y murieron en la guerra de la independencia
Norteamericana de 1783, en la revolución francesa de 1789, en las revoluciones
de 1848, y en la Comuna de 1870, lo hicieron por el progreso de los derechos del
hombre y del ciudadano. Cedieron la libertad natural a la Soberanía Colectiva
como sujetos libres, que exponen la vida en las barricadas, buscando un Sujeto
Universal que participa en la historia bajo el imperativo de alcanzar la esencia
colectiva de la libertad ante la ley y su concreción en la igualdad
económica.
La sangre de la
revolución se empapa de la mayoría libre y consciente, que, al darse la
comunidad de sentimientos, se entrega a la existencia humanizada, pues ella
expresa el imperativo absoluto de la libertad y la felicidad.
Los actos políticos de los revolucionarios no son
metáfora de la sangre vertida, amapolas luego de espigar, sino voluntad
inmanente que en su desarrollo da sentido humano a los elegidos que representan
la Voluntad General de la Nación.
Todo ciudadano es
igual ante la voluntad general del pueblo, que se da la mayoría como cesión de
la libertad natural del individuo por la libertad Soberana de la
Nación.
Si la voluntad
general es coartada de minorías, que se desgajan de la igualdad, entonces los
electos son revocables y sus decisiones nulas. Si el pueblo no es libre y feliz,
la moralidad de los gobernantes está viciada por sus intereses particulares. La
ilegitimidad preludia el retorno del individuo a su libertad natural y con ella
a la lucha liberadora, pero no de todos contra todos sino de la virtud contra la
corrupción.