Terminada su reflexión, se inclinó para equilibrar la pila de
libros, que se tambaleaba.
-Vuelve usted un poco moreno, amigo Roux -dijo la señora de
Bergeret-, y hasta me parece que adelgazó algo; así está usted mejor.
-Los primeros meses de servicio son fatigosos -respondió Roux-.
Hacer el ejercicio a las seis de la mañana, en el patio del cuartel, a ocho
grados bajo cero, es desagradable, y tampoco se acostumbra uno fácilmente a las
repugnantes faenas de la cuadra. Pero la fatiga es un poderoso remedio, y el
embrutecimiento, un recurso magnífico. Se vive atolondrado, y como de noche se
duerme poco y mal, de día nunca está uno despierto del todo. Esta especie de
automatismo letárgico es favorable a la disciplina, conforme con el espíritu
militar, útil para el buen orden físico y moral del Ejército.
En resumen: Roux no estaba muy quejoso; pero un compañero suyo,
alumno de la Escuela de Lenguas orientales -donde sólo estudiaba el malayo-, era
víctima del servicio, que le apesadumbraba sobremanera. Deval, inteligente,
culto resuelto, pero rígido, inflexible de cuerpo y de alma, desmañado y
distraído, tenía una idea muy exacta de la justicia, con arreglo a la cual
determinaba oportunamente sus derechos y sus deberes; y este juicio atinado era
su desdicha mayor. A las veinticuatro horas de hallarse recluido en el cuartel,
mientras hacían el ejercicio, le preguntó el sargento Lebrec -con palabras que
Roux vióse obligado a suavizar para que pudieran ser oídas por la señora de
Bergeret- "quién sería la re...ísima señora que se permitió dar a luz un zopenco
malamente alineado como el número cinco". Deval no comprendió, al pronto, que se
trataba de su persona, que allí era el número cinco y hasta verse arrestado no
se dio cuenta de que sólo a él se referían aquellas palabras. Y aun después no
comprendía por qué ultrajaban el honor de la señora Deval a consecuencia de que
su hijo no guardase una perfecta alineación. La responsabilidad inconcebible de
su madre, referida por el sargento, contrariaba la idea exacta que de la
justicia concibió el joven Deval, y a los cuatro meses aún sentía el escozor
doloroso de aquella desventura.