El joven Roux dejó libre un viejo sillón de gutapercha, donde
reposaba el Diccionario de Freund, para que la señora de Bergeret pudiera
sentarse. Miraba el catedrático, alternativamente, los volúmenes dejados en el
suelo contra la pared y a su esposa, que los había sucedido en el asiento, y
reflexionaba que ambas agrupaciones moleculares, tan diferentes por su
condición, por su aspecto y por los usos a que se prestan, habían presentado una
semejanza de origen durante mucho tiempo conservada, mientras el uno y la otra,
el diccionario y la mujer, flotaban aún en el estado gaseoso de la nebulosa
primitiva.
"Es indudable -se decía- que Amelia navegó en edades remotas,
informe, inconsciente, diseminada en sutiles emanaciones de oxígeno y de
carbono. Las moléculas que, a través del tiempo, contribuirían a formar este
léxico latino, gravitaron también durante un largo período en la nebulosa, de la
cual salieron, al fin, monstruos, insectos y gérmenes de inteligencia. Se ha
necesitado una eternidad para producir mi diccionario y mi mujer, monumentos de
mi vida triste y desdichada, formas defectuosas y con frecuencia inoportunas. Mi
diccionario está lleno de inexactitudes y errores; Amelia guarda un espíritu
procaz en un cuerpo desfigurado. Seguramente no es justo prometerse que una
eternidad nueva origine, al fin, la ciencia y la hermosura. Nuestra vida es
corta para una importante labor; pero de nada serviría vivir eternamente. Ni
espacio ni tiempo faltaron jamás a la Naturaleza; y... ¡ya vemos lo que
hizo!"
El señor Bergeret proseguía sus meditaciones perturbadoras:
"El tiempo ¿es algo más que las variaciones de la Naturaleza?
¿puedo yo suponerlas cortas o largas?"
La Naturaleza es cruel y vulgar; pero ¿quién me lo ha dicho?
¿Cómo sustraerme a ella para conocerla y juzgarla? Es creíble que me pareciera
el Universo más tolerable si la fortuna me hubiese reservado un sitio
mejor."