Para probar la manera en que los confesores muestran el poder más tiránico en los asuntos temporales, citaré el caso de una joven española que nos visitaba con frecuencia y era parienta de la familia, parte de cuya casa ocupábamos. Admiraba mucho los vestidos ingleses de mi esposa y tomándolos por modelo se hizo algunos; pero como las limeñas no usan corsé sino en el salón de baile, no le sentaba bien en otras ocasiones. Por lo tanto, la aconsejamos usara corsé: pero declaró francamente que su confesor no se lo permitiría. Otra vez vino a nuestra casa muy abatida por habérsele negado la absolución en público, por rizar un poco el cabello de adelante siguiendo la moda inglesa. A pesar de todo, debe admitirse que, entre el clero secular particularmente, hay muchos hombres de ideas ilustradas y vida piadosas. Uno que merece esta honrosa distinción es un lindo anciano, deán de Lima, que a raíz de la muerte del arzobispo y nombrándose sucesor, desempeñaba las funciones de jefe de la iglesia y residía en el palacio arzobispal. Veía mucho a este excelente dignatario y a menudo iba al palacio. Este gran edificio contiene biblioteca de teología antigua, ediciones viejas de clásicos y algunos libros ingleses a los que él era particularmente aficionado y podía leer un poco.
Antes he apuntado que los limeños son sumamente afectos a los espectáculos fastuosos; y las ceremonias de la religión católica tienden mucho a fomentar ese gusto. En determinados días de los santos más estimados, las imágenes se bajan de los nichos y se llevan en procesión (de la que forman parte los habitantes principales y el clero) a diferentes iglesias, para visitar los santos vecinos. En estas ocasiones, muy frecuentes, las calles por donde pasa la procesión se llenaban de una multitud de gente y en las ventanas y balcones observaba una fila de personas vestidas con sus mejores atavios. Cuando la imagen pasa por delante, desde las ventanas se derraman canastas de flores en obsequio del santo, y por estas flores la turba generalmente disputa y pelea y las conserva como reliquias preciosas.
Todas las ceremonias religiosas se celebran con gran boato y ostentación, Cuando algunas persona importante, está en peligro de muerte se manda buscar el sacerdote para sacramentarla. La hostia, en espléndido carruaje tirado por cuatro caballos, es llevada por un sacerdote que canta o lee todo el camino. La sigue una procesión a pie. con cirios y antorchas, acompañada por soldados para mantener el orden. Es recibida en la puerta de calle por los parientes arrodillados del agonizante; y cuando la ceremonia finaliza se vuelve al templo del mismo modo. Los funerales de personas de calidad se celebran en general con una procesión de sacerdotes por la noche, iluminada con antorchas, que acompaña el cadáver desde la casa a la iglesia. Después se coloca en una carroza fúnebre para llevarlo a enterrar en el cementerio público, a una milla de la ciudad. Este cementerio es una capilla y un gran terreno cercado de pared, y despide un olor pestífero pues los cadáveres se entierran apenas bajo la superficie del suelo.