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Prevalece en Lima, principalmente entre gente baja la práctica repugnante, de exponer los cadáveres cerca de alguna iglesia para evitar gastos de entierro. Al principio no conocía esta costumbre y, como con frecuencia pasaba por una iglesia cercana a la casa donde vivía, me molestaban muchísimo los olores repugnantes procedentes de unos envoltorios colocados sobre la pared baja que rodeaba el edificio. Averiguando, supe que aquellos envoltorios contenían cadáveres de niños, abandonados allí hasta que la carroza pública viniese para llevarlos a enterrar. Esta carroza recorre todas las iglesias para recogerlos. Como no se averigua nada tocante a los padres, ni se investiga la causa del fallecimiento, no puedo menos de sospechar que, en lugar tan inmoral como Lima, el infanticidio sea muy frecuente.

El tañir de las campanas forma parte importante de las ceremonias religiosas de Lima, y hacen un ruido tan aturdidor, que es imposible escuchar nada atentamente durante los repiques. Las campanas realmente son muy musicales, pues el bronce que las compone tiene mezcla considerable de plata; pero se tocan del modo más discordante. En lugar de hacerlo armónicamente, como en Inglaterra, se atan guascas a los badajos y, algunas veces, suben muchachos al campanario y, balanceando los badajos de todas al mismo tiempo y a dos lados, producen la combinación más bárbara imaginable de ruidos. Un fraile que había estado en Inglaterra me decía que los ingleses tienen muy buenas campanas, pero no saben tocarlas.

Monteagudo, primer ministro de San Martín, prohibió que las campanas sonaran más de cinco minutos cada vez y reglamentó el número de toques diarios. Esta disposición fue abolida después por profana e irreligiosa.

El 8 de setiembre, mi esposa dio a luz una criatura, y, deseando cristianarla, consulté con las amigas en cuya casa vivíamos. Me congracié totalmente con ellas por este paso y una de las damas me rogó le permitiese ser madrina, lo que en Lima se considera gran cumplimiento. Se señaló el día siguiente para la ceremonia y fuimos en carruaje a la catedral. La criatura, vestida para la ocasión, era llevada por la sirvienta de la familia. Al llegar al templo, pasando ante una multitud reunida para presenciar el bautizo, nos condujeron a una capilla lateral, donde estaba la pila bautismal. la ceremonia fue oficiada por un canónigo amigo particular de la madrina. luego de concluida la ceremonia, la madrina distribuyó entre la multitud un saco de moneditas llevadas al efecto, según es costumbre, mientras nos trasladábamos al palacio arzobispal, contiguo a la catedral, pues el venerable deán deseaba honrar al niño con una bendición especial. En el Perú, más todavía que en España, la madrina y el padrino del niño se consideran parientes de la familia, y la más estrecha intimidad se mantiene entre ellos; efectivamente, la vinculación se considera más que una relación ordinaria, y los títulos de comadre y compadre son palabras de especial estimación y afecto.

 

Simón Bolívar

 
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