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La familia se reúne a las doce en la sala esperando visitas que, cuando llegan, caminan por el vestíbulo exterior con sombrero puesto, saludando a los esclavos. En la puerta del cuarto principal, los hombres se sacan el sombrero, se inclinan por separado ante cada miembro de la familia, y toman asiento en los sofás laterales: si son mujeres, las de la familia se paran y las abrazan, colocando primero un brazo alrededor del cuerpo y después el otro. Se considera contrario a todas las reglas de delicadeza y decoro que la mujer en ningún caso estreche la mano del hombre, no se le ocurriría hacerlo ni a la mujer más abandonada: cuando se despiden por mucho tiempo o se encuentran después de larga ausencia, abrazan a los hombres rodeándole la cintura con los brazos. Mientras dura la visita las damas de casa se hacen traer una canastilla de flores y eligen una para cada visitante, también limones o manzanitas atravesadas con clavos de olor en forma de corazones y otros artificios. No contentas con el olor natural de las flores, agregan fragancia artificial rociándolas con agua perfumada y la vierten en su seno y el de sus amigas delante de la gente.

A las dos, se han ido las visitas y poco después suenan las campanillas para comer y se cierran las puertas de calle. Entonces se ven los esclavos corriendo a las pulperías por artículos ínfimos como sal, manteca, especia o vinagre. Nada por el estilo compran las familias hasta el momento de necesitarlo y es así que lo consigan carísimo. La comida, siempre servida en el cuarto más incómodo de la casa, se compone de un gran número de platos mezclados con gran cantidad de tocino que usan con profusión en la sopa. Dos platos de resistencia son el chupe descripto en mi viaje a Trujillo y la ella con garbanzos o puchero, como se dice en el Perú. Está compuesto de carne y tocino hervidos y servidos con repollo, porotos, batata o zapallo. Los limeños consumen en la comida mucho ají, pero no conocen la mostaza.

Después de comer, la familia se queda largo rato tomando conservas que son sencillamente dulces, casi sin sabor a fruta, acompañados con grandes libaciones de agua pura. Al rato se hace venir la calesa para dar un paseo en la alameda. La calesa es de dos ruedas, que, en vez de estar bajo la caja, van tan atrás, que el peso descansa en gran parte sobre las varas. Es tirada por una mula montada por esclavo de librea; los cojines están pintados de todos colores y a veces con paisajes. Después de dar una o dos vueltas por la alameda, la calesa se pone a un lado y las mujeres se sientan silenciosas, mirando a la gente. Si son bellas o de alta sociedad, se les aceran los caballeros que van y vienen por el centro de la alameda montados en vistosos caballos. Algunas veces las damas bajan de las calesas para pasear por las veredas o apoyarse negligentes en los bancos de ladrillos.

Otra diversión, es caminar más tarde, hasta el puente, generalmente lleno de personas de ambos sexos bien vestidas que van para encontrarse con amigos o disfrutar la brisa del mar. Este es también el paseo favorito en noches de luna, que son particularmente claras en el Perú. A un lado del puente está el silencioso valle de Lima, limitado por el tranquilo Pacífico, al otro la gigantesca cordillera, magnificado por la clase de luz que descansa en sus estupendas laderas y apareciendo como suspendida sobre la ciudad; abajo se precipita el furioso Rímac, crecido con las lluvias y rojo con la tierra arrebatada de la sierra.

 
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Costumbres limeñas de Robert Proctor   Costumbres limeñas
de Robert Proctor

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