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Como puede suponerse, son dueñas de casa sumamente malas. En efecto, esto no forma parte de su educación, y no se interesan para nada en las ocupaciones domésticas, siempre lastimosamente manejadas por algún esclavo favorito o mayordomo. Quizá la mejor manera de dar noción del modo en que se pasa el tiempo en Lima es detallando la vida diaria de una mujer de familia respetable.

Para que se entienda mejor, primero describiré brevemente la clase de casas en que viven, y tomaré aquella en la que residíamos como modelo de las habitadas por la burguesía. Antes he dicho que todas las casas en las grandes ciudades sudamericanas se construyen formando patios al que dan la mayoría de los cuartos. El cuadrángulo por consiguiente se puede dividir fácilmente en dos casas separadas, y esto sucede a menudo, teniendo cada lado su entrada independiente y escalera a los altos. Ocupábamos las habitaciones de la derecha del patio, pues la familia propietaria retenía el otro lado y la parte que hacía frente a las entradas. La entrada a su porción era por una serie de escalones que llevaban a un corredor largo, dorado y coloreado, y en la cornisa, como es muy usual, inscripto un versículo de la Escritura. Del zaguán se entra a un vestíbulo amplio, de cuarenta pies en cuadro, amueblado en parte y destinado a las esclavas, donde trabajan y es recibida la gente que viene por negocios. A continuación de este vestíbulo hay otro cuarto del mismo tamaño que se comunica con el primero por una gran puerta plegadiza; estaba muy bien amueblado con sofá de terciopelo carmesí en tres lados de la habitación y las paredes con colgaduras de seda del mismo color. Enfrente de la ancha puerta se sentaría la familia con solemnidad para recibir visitas, de manera que se viera completamente de la calle al abrirse las puertas. Se sientan en sillas bajas de esterilla o en los sofás. Más allá, en el fondo de la casa, estaba el segundo patio principalmente rodeado de dormitorios, y detrás de estos las cocinas y servicios.

Después del almuerzo (consistente en riquísimo chocolate con pan, y una gran libación de agua) la familia iba a misa a las ocho en punto, siguiéndola la esclava con alfombritas donde las damas se sientan en el piso de los templos desprovistos de reclinatorios o escaños, salvo un banco largo extendido desde el altar por ambos lados de la nave principal hasta la mitad. Después de misa, era costumbre ir en carruaje a los baños, una milla de la ciudad, por una linda alameda que bordea la orilla del Rímac. Es tos baños fueron construidos para negocio por una familia española y consistían en una pileta de doce yardas en cuadro, cerrada por tapias y cubiertas con zarzos de parra cuyos pámpanos lozanos formaban un lindo techo natural. Adosados a las tapias hay bancos de piedra cubiertos, así como el piso, con esteras: el fondo de la pileta es embaldosado y nada puede ser tan claro como el agua que por ella corre en abundancia. Esta gran pileta está destinada solamente para hombres; pero cercanos hay veinte baños especiales para mujeres. En verano se llenaban de grupos de damas que permitían a los caballeros venir y hablarlas en la puerta mientras ellas se bañaban con vestido liviano a propósito.

 
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de Robert Proctor

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