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Aunque la limeñas se cuenten entre las mujeres más afables del mundo, tienen poca sociabilidad, y es casi desconocido el trato doméstico entre las familias. Sus placeres no son tan castos; y las tertulias de Buenos Aires no se practican mucho en lima. Por este motivo los residentes ingleses hallan muy difícil reunir número suficiente de damas aun para dar baile, y las que asistían eran principalmente de Buenos Aires, Chile o Colombia. Mientras las limeñas irían como tapadas, parándose en puertas y ventanas para presenciar el alegre movimiento de adentro. No dudan, en estas ocasiones, en mezclarse con mujeres de la peor clase y negras, confiando permanecer desconocidas a menos que algún accidente desarregle o haga. caer el manto que oculta el rostro. Como las casas se abren totalmente durante el baile para que corra todo el aire posible, las tapadas son serio problema para el orden de la diversión; en los intervalos a veces la sala de baile se despejará, mientras los hombres andan a caza de sus parejas, que acaso se han echado un gran chal que envuelve cabeza y hombros y disfrutan el cigarro preferido en algún oscuro rincón. Ambos sexos de cualquier condición fuman en Lima; la primera cosa que toman por la mañana al despertar es el cigarro y se acuestan de noche con él en la boca. Es fácil imaginar el disgusto de un inglés al ver una mujer bella que con delicada mano saca el cigarro de los labios ennegrecidos, para descargar en el suelo, con el injurioso jeringazo de establero inglés, la saliva recogida en la boca.

Hombres y mujeres juegan con grandes excesos en Lima. Algunas de las familias más opulentas continuamente están por el juego en la miseria. Una viuda respetable, de mi relación, tenía renta superior a 7.000 libras anuales, y pese a que gastaba poco en su manera de vivir, siempre se hallaba endeudada por entregarse a este vicio; y su hija, de catorce años, era tenida por muy aficionada a todos los juegos.

 

Las limeñas nativas

Aunque defectuosas por falta de educación, tienen muchas buenas cualidades que fácilmente se convertirían en virtudes; entre otras, un alto grado de cordialidad, y bondad sencilla de corazón. Mi esposa, casi la única inglesa en Lima, naturalmente, por la novedad del vestido y aspecto, excitaba una curiosidad muy desagradable; pero aunque frecuentábamos la calle casi a todas horas, jamás recibimos el mínimo insulto, resultando nuestro mayor inconveniente los abrazos de las mujeres que con frecuencia la tomaban de la cintura en plena calle o se detenían para admirar y examinar el vestido. Al principio teníamos la costumbre de pasear con nuestro hijito, pero éramos detenidos por gente afable, que lo entraba corriendo a sus casas con exclamaciones de qué precioso, qué bonito, etc. A veces nos veíamos en figurillas para sacarlo, y por fin nos vimos obligados a dejarlo en casa, aunque él gustaba mucho de las atenciones que recibía. La mejor clase de mujeres se contentaban con ponerse al lado de la vereda, y escudriñarnos con gran seriedad.

 

 

 

Las damas limeñas

 
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