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La plaza de toros está situada en la mitad de la alameda del otro lado del Rímac y a medio camino entre la ciudad y los baños de que antes he hablado. A medio día, la alameda estaba atestada de gente: efectivamente, todo el esplendor de Lima se trasladaba directamente al espectáculo. Jinetes en nobles brutos, la mayor parte oficiales, se confundían arriba y abajo del paseo, luciendo sus trajes magníficos, cubiertos de medallas y condecoraciones, mientras mujeres espléndidamente ataviadas en sus calesas sonreían complacidas a los saludos graciosos de los caballeros. Así mismo se veían muchas mujeres a la moda del país, cabriolando a horcajadas en palafrenes vivarachos. Usaban principalmente vestidos y largos calzones blancos con hileras de alforcítas. Para mejor efecto, asomaba un piececito fino dentro un zapato de raso, con ligero espolín de plata y estribo pequeño del mismo metal. En la cabeza usaban sombreritos de hombres.

Las veredas, mientras tanto, estaban tan totalmente atestadas de multitud abigarrada de todas las clases sociales, que no se podía avanzar sino con la turba moviente. Las calles y casas de Lima, se vaciaron literalmente de su población, que iba apresuradamente al sitio del placer.

El anfiteatro es un gran círculo de 100 a 150 yardas de diámetro. El piso es de polvo nivelado con rastrillo, y en el centro, hay fuertes postes a poca distancia entre sí, por donde los toreros se escapan del furor del animal. Alrededor de la arena, hay también una barrera alta, para que salten o trepen en caso de verse muy apurados y no poder refugiarse en los postes del centro. Todo está a cielo abierto y rodeado por tapias, detrás de los cubles se levantan asientos y palcos en fila. En el piso, como también al nivel de la arena, hay una fila de palcos; arriba de éstos hay varias gradas, las dos primeras divididas y numeradas para asegurárselas como asientos especiales, y las demás destinadas al público indistintamente. Arriba de todo está la hilera principal de palcos. Se entra a los asientos, desde donde se ve el corral en que se encierran los toros, aparentemente domados y dóciles, pero atormentados casi hasta enloquecerlos antes de soltarlos al redondel. Desde el corral hasta el redondel hay cuatro bretes sucesivos, apenas suficientemente grandes para contener un toro. Son de fuertes vigas atadas con guascas, y adentro se pone igual número de toros. El brote inmediato al redondel se llama cuarto de vestir, y es aquí donde se tortura al animal hasta enfurecerlo, cubriendo principalmente con magnífico ropaje de cintas cosidas a la pie con agujas colchoneras. También se le atan petardos que explotan cuando se precipita a la arena.

El palco presidencial está justamente frente a la puerta del toril y arreglado de hermosa manera. Abajo de éste se ubicaron bancos para dos bandas de música, que tocaban alternativamente durante toda la corrida. Frente al palco presidencial, y sobre el toril, se sienta el Cabildo, y al frente cuelgan banderillas espléndidamente adornadas con oropel, que se arrojan al toro para fastidiarlo con el ruido, además de Infligirle herida dolorosa. Debía quizás mencionar que el precio de los palcos con seis asientos era ocho duros, aparte de medio duro pagado por cada entrada; los asientos de grada valían medio duro cada uno y otro tanto la entrada. La multitud paga sólo la entrada por los asientos que se destinan.

 
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Costumbres limeñas de Robert Proctor   Costumbres limeñas
de Robert Proctor

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