Los negros africanos son escasos y caros, costando un buen esclavo de 80 libras a 120. Los mulatos son una lindísima raza de hombres corpulentos, sumamente fuertes; pero de ninguna manera industriosos, pues ganan la vida muy fácilmente. Son también ladrones conocidos y frecuentan las chinganas, o casas de bebidas, donde se permiten las diversiones tumultuosas. Son buenos músicos y tocan la guitarra y una suerte de tambor hecho con pergamino en un cántaro de barro, a cuyo son bailan con las posturas más indecentes, mientras todos los circunstantes corean la música. Así, con ayuda del licor, y el sonido aturdidor del tambor golpeando con la, mano abierta, se excitan casi hasta el frenesí. No es mucho decir en favor de la moralidad y delicadeza de las damas limeñas, pero es cierto que he visto mujeres consideradas respetables mirando y gozando en estas grotescas diversiones. Me contaron que se han conocido arrogantes virreyes, en tiempo de su prosperidad en Lima, que asistían disfrazados.
No es extraño que los limeños fuesen supersticiosos o fanáticos hasta el último grado. Son enteramente dirigidos por sacerdotes cuya mayoría son de costumbres muy depravadas. El dinero comprará la absolución de cualquier crimen; y el culto, como en otros países católicos, en lugar de dirigirse a la deidad se tributa a las imágenes que llenan los templos, cargadas por los devotos con presentes de oro, plata y piedras preciosas. Estos presentes se reemplazan generalmente con oropel y vidrio pintado por sacerdotes que consumen el producto en gratificar su sensualidad y extravagancia. A tal extremo el clero lleva estas depredaciones, que he visto un sacerdote que ofrecía en venta, como oro y plata antiguos, los vasos sagrados del templo. No se atrevía a tocarlo, 9 insistía en que el comprador los tomase con una servilleta limpia para meterlos en el crisol. A la noche, era difícil para una mujer sola caminar por las calles menos frecuentadas sin ser víctima de sus insultos o verse obligadas a presenciar las escenas más desgraciadas y repugnantes. No era desusado en Lima ver sacerdotes borrachos aun de día, y su afición al vicio del juego es conocida.
Mientras esta clase social holgazana y artera siga ejerciendo tanta influencia en la mente popular, es imposible que los habitantes sean bien instruidos o virtuosos. Una vez introducidos en la familia, se infiltran en la confianza de sus miembros, y, conociendo sus secretos ejercen dominio absoluto e intervienen en todo. No sólo ejercen poder en los asuntos religiosos de familia, sino que en muchos casos asumen todo el manejo de los asuntos mundanos. La educación de los niños, es confiada al sacerdote y felices los padres que no tienen que arrepentirse de su confianza. Son numerosos los ejemplos de sacerdotes sin escrúpulos que utilizan a las hijas de familia para sus fines mientras enseñan a sus víctimas casi a gloriarse del crimen, como si se honrasen con la santidad de sus seductores y se descargasen del pecado con su santa absolución.