Toda narrativa ofrece dos aspectos: es al mismo tiempo una
historia y un discurso. Es historia en el sentido de que evoca una cierta
realidad, acontecimientos que habrían sucedido, personajes que, desde este punto
de vista, se confunden con los de la vida real. Esta misma historia podía haber
sido referida por otros medios: por un filme, por ejemplo; podría haberse
conocido por el relato oral de un testigo sin que ella estuviera encarnada en un
libro o en una película. Pero la obra narrativa es al mismo tiempo discurso:
existe un narrador que relata la historia y frente a él una persona que la
recibe. A este nivel no son los acontecimientos referidos los que cuentan, sino
el modo como el narrador los hace conocer.
Puede decirse entonces que una narración tiene dos aspectos
fundamentales, la estructura narrativa y el mundo
ficticio que instaura. La primera consiste en el ordenamiento de los
eventos relatados de modo que éstos estén jerarquizados en función de su mayor o
menor importancia. Este ordenamiento de eventos se realiza por medio de una
serie de abstracciones que llevan del relato al discurso, y de éste al
argumento, que puede ser representado formalmente. Este ordenamiento permite
decidir qué conflictos son los pertinentes para la interpretación. El mundo
ficticio instaurado por el relato, en cambio, consiste en la serie de objetos,
personajes, lugares, tiempos, eventos y leyes que rigen las relaciones entre
ellos. Estos muebles que constituyen el mundo ficticio no existen sino sólo
narrativamente, independientemente de si alguien cree o no que existen
objetivamente. Es decir, desde el punto de vista psicológico pueden ser
considerados "fantasías", pero desde el punto de vista de la narración sólo
pueden ser considerados "ficciones" en tanto son "construcciones
narrativas".
De hecho no hay acuerdo sobre lo que la realidad es (así es que
se puede decir que se vive una ficción que permite vivir en alguna realidad...).
Por eso, se suele recurrir a la noción de realidad más extendida, la
racionalista y empirista de la ciencia, la mercantil del capitalismo moderno, y
la burguesa de los hábitos mentales de los usuarios normales de la literatura y
el cine.