En toda narración se tiene que distinguir entre el argumento o
historia (lo que se cuenta) y el relato (el acto de contar). Cada una de estas
secuencias tiene su tiempo y su orden, tiene su velocidad y su duración, y la
combinación de ambos conjuntos temporales es lo que conforma una narración. Toda
narrativa implica un movimiento doble a través del tiempo: uno externo,
significado por la duración de la lectura, y otro interno, significado por la
duración de la secuencia de eventos que componen la historia. Es decir, que se
puede determinar un tiempo de la historia y un tiempo de la narración. En esta
conjugación de diferentes tiempos se puede dar un número finito pero muy variado
de combinaciones: se puede acelerar o frenar la velocidad del relato, se puede
relatar una vez algo que sucede varias veces, o se puede relatar muchas veces
algo que sucedió solamente una vez. Se puede empezar por la mitad, volver al
principio, y luego continuar la historia hasta el final. Todos estos son juegos
con el tiempo y pareciera que el reto de los autores es constantemente buscar
nuevas combinaciones y estructuras temporales novedosas. La narrativa no puede
sustraerse a la tiranía del tiempo.
Como puede deducirse, en toda narrativa se da el encuentro de
dos tiempos y el constante juego de uno con el otro. El de la historia pertenece
al plano del acontecimiento y el de la narración, por su manipulación que el
autor hace, realmente representa un tiempo del discurso o tiempo generado en el
acto de narrar. Es en este segundo tiempo en donde surten su efecto las más que
probables manipulaciones a que el discurso somete el tiempo lógico de la
historia. Hacer pasar el tiempo a menor o mayor velocidad, congelarlo o dar un
salto en su escala son estrategias fundamentales de todo discurso narrativo a
fin de conceder o restar importancia a un cierto grupo de sucesos que comprende;
sin ellas difícilmente habría un esclarecimiento de la trama (historia).
Hay una doble linealidad en los textos narrativos: la del
relato, dada por una serie de frases, y la del argumento, dada por una serie de
eventos. Ahora bien, cada vez que hay una variación o un cambio en la relación
entre el tiempo de la historia y el tiempo del relato, se da una anacronía. Las
dos anacronías más comunes son analepsis y prolepsis. Analepsis son movimientos
en el tiempo hacia atrás, miradas retrospectivas que el narrador hace para
explicar cómo se llega al lugar donde está la narración. Tradicionalmente a
estos cambios se les llama flaskback, término demasiado
impresionista y psicológico. Prolepsis, por su lado, son saltos hacia el futuro,
adelantos de lo que vendrá, miradas programáticas que dan una idea de lo que
pasará en el futuro. Parte del arte narrativo radica en la ordenación temporal
de la historia, por eso su estudio es importante para entender cabalmente la
estructura del relato. Pero la representación temporal en la narrativa también
está ligada a otros factores, por ejemplo, el espacio. Cuando se intenta separar
el tiempo de un relato, se está creando una entidad que de por sí no existe en
la narración. Esto sin embargo añade otra dimensión, llevando a considerar la
forma fenomenológica en que se percibe el espacio y el tiempo
narrados.