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Las damas de Lima ciertamente de raza muy superior a los hombres, son los principales actores en esta ciudad de vicio y enervamiento, y sus modos e indumentaria difieren en muchos detalles de las de otras sudamericanas. Su educación está totalmente descuidada y hallé muy pocas entre las mujeres más respetables que supiesen leer y escribir. Se las educa para que se crean objeto de admiración y homenaje, y por tanto desde temprano contraen hábitos de coquetas consumadas. Estas artes se practican con frecuencia a tal punto por estas criaturas que es simplemente ridículo. Entre otras perfecciones, todas las niñitas aprenden a manejar el abanico con destreza. Cuando crecen lo utilizan como un sistema completo de coquetería, expresando con movimientos especiales, placer, celos, amor o enojo. Las limeñas, por tanto, pueden hablar en forma casi tan inteligible con el abanico como las jóvenes inglesas de la misma edad con los dedos.

Su traje las ayuda mucho en las intrigas que su educación les ha enseñado a considerar como fin primordial de la vida. La saya y el manto son doblemente ventajosos al dibujar las buenas formas de la manera más excitante, y asegurar completamente a la portadora de no ser reconocida. La saya es de estambre, estofa o rico raso, acolchada y plegada perpendicularmente, para que sea elástica. Si se estofa, es de color negro u oscuro, perfectamente lisa; si de raso, es de todos los colores imaginables y con ruedo ancho hasta la rodilla adornado ricamente con flecos de cintas oscuras e hileras de alfójar. El manto es sencillamente un pedazo de gasa de seda negra ajustado con un cordón en la cintura y echado sobre la cabeza.

Las mujeres de virtud más frágil se caracterizan generalmente por usar las sayas más ricas y los colores más chillones; pero las clases más respetables sólo llevan estofa para diario y raso negro para las grandes ocasiones. Esta regia, sin embargo, no es absoluta, pues el vestido en Lima se presta a intriga y galantería y las damas a menudo se ocultan en sayas muy andrajosas cuando quieren pasar desapercibidas. En esos casos la manera de distinguir damas disfrazadas de la mendiga es por lo pies; pues cualquier pena que una mujer sufra para disfrazarse, generalmente es tan vanidosa de la pequeñez de su pie y bien torneado tobillo, que la delicada media de seda o el zapato nuevo de raso, con frecuencia denunciarán una bella intrigante. Sin embargo, la mendiga más pobre de Lima se negaría a usar medias de algodón o estambre. Aunque parezca increíble, he conocido una mujer que gastaba diez y ocho peniques en lavar un par de medias de seda, cuando efectivamente carecía de pan. Esta, en efecto, es la causa del inmenso número de medías de seda importadas al Perú con medidas masculinas casi todas; las limeñas las prefieren largas de piernas, pues cuando el pie se gasta se las sacan, cortan el pie viejo y chapucean algo en forma de uno nuevo.

 
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