Introducción
Leer cuentos o novelas de la literatura, ir al cine o ver
películas son actos no estrictamente de divertimiento. La razón estriba en que
las obras de la literatura y el cine son productos artísticos. A diferencia de
los objetos de otras disciplinas, los artísticos constituyen un fenómeno
complejo, de significados múltiples y cambiantes y cuyo análisis se traduce a un
lenguaje distinto. Se trata de analizar con palabras las formas y colores de la
pintura, el volumen de una escultura, los componentes arquitectónicos o la
estructura narrativa de una película. Es decir, en el Arte, las obras son
analizadas con palabras a través de un metalenguaje.
Sin embargo, es irrefutable que el entretenimiento está, de un
modo o de otro, en la base de la literatura y del cine de todos los tiempos en
sus más variadas formas; incluso cuando no sea su propósito primordial,
cualquier obra evita el tedio y procura satisfacer a su público más fiel a la
vez que busca nuevos adeptos. La verdad de este aserto tiene una base mucho más
amplia que la narrativa: sus fundamentos son de tipo retórico, pues todo
discurso intenta ganarse a su público, de acuerdo con los destinatarios propios
de las modalidades retóricas; para ello, debe procurarse la amenidad, la
diversidad y el entretenimiento, y evitarse a toda costa el aburrimiento.
Pero también debe quedar claro que el autor de narraciones
literarias o de filmes persigue un propósito muy semejante al de un pintor o un
escultor: puede buscar el arte por el arte, esto es la belleza o la pura
estética.
En general, la literatura y el cine comparten ambas funciones
sociales a través de sus creadores y el público, sean autores, lectores o
espectadores.