Para conocer a Cicerón, hay que -verle fuera de las grandes
ocasiones, lejos de la tribuna y de los comicios, rusticando en alguna de
sus villas, en el ocio ameno de Túsculo, no entre Clodios y Milones, Vérres y
Catilinas, sino embebecido en sabrosas pláticas literarias o morales con sus
amigos predilectos: con Ático, el incansable erudito y genealogista, moderado,
como buen epicúreo, en sus deseos, y alejándose (como la secta
preceptuaba) de los públicos negocios; con Varron, el más docto de los Romanos;
con Hortensio, el único orador que podía dar celos a Marco Tulio; con Bruto, que
sólo en las cartas de éste y en el diálogo que lleva su nombre aparece con su
verdadero carácter no tétrico ni cejijunto, ni de conspirador de tragedia como
hemos dado, en imaginarle, sino fácil, culto y ameno; con el jurisconsulto
Trebacio, objeto de sus discretas chanzas, y quizá con Lucrecio, cuyos vigorosos
hexámetros es fama que alguna vez corregía. Gusto mucho de la antigüedad, pero
no de la antigüedad de colegio. Por eso prefiero el Cicerón filósofo y didáctico
al Cicerón cónsul y salvador de la República, que estamos acostumbrados &
ver desde nuestros primeros años.
A pesar de mi poca afición a una parte de las obras del orador
romano, el entusiasmo que por las demás siento y el deseo de que se conozcan
todas en nuestra lengua, me ha hecho emprender, como por vía de recreación, el
trabajo nada liviano de que hoy presento al público las primicias. El buen gusto
del editor (rara avis entre los nuestros) me ha decidido a que la
traducción sea completa.
Y cierto que parece manera de sacrilegio el mutilar las obras
de Cicerón. Aun a las más endebles salva y escuda el interés histórico y el
nombre del autor. Cúmplese aquí aquel axioma de derecho marítimo: «El pabellón
cubre la mercancía. » Hasta los tanteos juveniles y los ensayos menos felices,
cuando son de hombres como el egregio Arpinate, dicen y enseñan más que las
producciones perfectas de autores medianos. Hasta en el más leve rasguño dejan
los grandes artistas alguna señal de su genio. ¿Y no es espectáculo
interesantísimo el contemplar cómo un entendimiento se va desarrollando hasta
lograr su cabal madurez, y por qué caminos llega a ella?