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Entretanto, el desconocido cuya alta estatura cuya voz, cuya audacia recordaban tan terriblemente a Máximo de Herquancy, contraía más aún sus manos de hierro sobre los brazos delicados, y repetía:

-Las cartas... Las cartas... ¿dónde están?.. Mañana van a registrar esta casa y es menester ¿entendéis?.. es menester que la policía no descubra en ella la correspondencia adúltera de la Condesa de Herquancy.

Sí... ese debía de ser Máximo... Su orgullo... su ambición... El escándalo aniquilaría su carrera.

Una veleidad de venganza enloqueció a Solange.

-¡Qué me importa! -exclamó, apretando los dientes. -La Condesa de Herquancy estará muerta mañana.

-Está bien -replicó el verdugo, con un acento que hacía esperarlo todo de su rabia. -¡Que muera entonces, salpicando a los suyos con su podredumbre! Llevaré a su hija deshonrada a que la escupa en la tumba.

Y, junto con estas palabras, el hombre, fuera de sí, lanzó al azar el cuerpo de Solange, rechazando sus brazos. La infeliz cayó para atrás tan repentinamente, tan violentamente, que se habría destrozado contra algún mueble si uno de los dos personajes mudos no se hubiera interpuesto. No el individuo de figura elegante y joven. Ese se quedó inmóvil; en una actitud un tanto compasiva que la Condesa iba a recordar más tarde como recordó también otros detalles, grabados inconscientemente en su memorial y que, se desprendieron después netos e irrefutables como instantáneas fotográficas.

Solange, retenida en su caída volvió a verse de pie, sin saber nada de un peligro físico, alucinada entonces por un pensamiento fulgurante. ¡Su hija!.. ¡Bérangère!.. ¡La inocente, que, en efecto podría maldecirla y cargar con el peso de su falta!

No, no... Eso no podía ser. ¡Gran Dios!.. ¡su hijita su querida atravesando la existencia con esa mancha en su joven frente, con ese lodo envenenado en el corazón!.. Porque ella no comprendería... Admitiría las interpretaciones horrorosas. Y, además, sufriría la catástrofe, la dimisión forzada del padre... Peor quizá si el crimen de uno de sus padres quedaba probado por el oprobio del otro.

Todo esto surgió como un relámpago en la mente de Solange. La lucidez, la rapidez de ciertos razonamientos en los momentos decisivos, desafían a la palabra y la pluma instantáneamente, fue como la desfalleciente criatura se arrastró hasta una pieza contigua a la que sus espantosos acompañantes la siguieron.

Uno de ellos llevaba una de las lámparas del saloncito. La luz se avivó contra blancuras de lino, mostró el calado de una sábana vuelta sobre un cobertor sedoso, en la profundidad de una alcoba.

Solange vaciló. Hubo un suspiro, un grito... no se sabe... en ese aposento cerrado en el que el amor respiraba. Único recuerdo tan confuso para la que iba a tener necesidad de todos sus recuerdos, que la infeliz no supo nunca qué voz era la que se había alzado allí... ¿Su propia queja?... ¿el gemido de su infinito dolor? ¿o la sorda lamentación de celos repentinamente desarmados hasta el Sollozo?..

 
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