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El cascajo del camino crujió bajo un salto salvaje. Pasos se precipitaron. Pedro extendió el brazo para proteger a la joven, para atraerla al interior.

No consumó su ademán.

De pronto, entre él y ella se interpuso un bulto feroz, una pelliza áspera sobre una estatura de gigante. Un brazo se alzó, se desplomé. No hubo una palabra ni un grito, ni un suspiro.

Solange vio, caída para atrás, la cara de Pedro. Sus ojos, una vez más... ¡sus ojos!.. vueltos hacia ella mientras cala. Después, tendida en el suelo, yacía la forma querida el ser único, ¡todo su amor!.. ¿Cómo, en la sombra se dio cuenta ella tan netamente?.. Enseguida descubrió la cosa horrible: entro las solapas del saco, en pleno pecho, un arma plantada hasta el pomo. El puño de marfil formaba una mancha blanca sobre, el chaleco obscuro.

El horror de esto entró en el alma de Solange de golpe, como había entrado el acero mortífero en esa carne viva.

Lanzó un aullido. Un grito espantoso desgarró su garganta, la asustó a ella misma como un testimonio de su indecible sufrimiento y de la realidad de esa pesadilla.

-¡Pedro!.. ¡Pedro!.. -gimió, lanzándose hacia ese rostro, hacia esa cabeza atrozmente inerte.

No tuvo tiempo de llegar a ella con sus manos, con sus labios. Un velo espeso, una pesada tela se enrolló sobre su cara cegándola amordazándola. La levantaron, la llevaron. Tuvo la impresión de que la transportaban a la casa y también la certidumbre de lo que había notado ya confusamente: que el asesino no estaba solo.

Creyó que para ella también había llegado la última hora. En vez de apuñalarla la ahogaban. La respiración le faltó. ¡Tanto mejor!.. Bendita la mano brutal que la unía a Pedro. Dentro de un instante dejaría de sufrir.

Un solo relámpago de pesar por la vida. Su hijo... ¡Su Emilito!.. ¡Los dos le faltarían a un tiempo á la criatura! ¿Qué iba a ser de él? ¿Qué iban a hacer con él?..

Pero el anhelo loco de anonadamiento dominó también esa angustia. ¡No ver más!.. ¡No saber más!.. Solange se abismó en el vértigo final...

¡Infortunada!.. Eso no era más que un desmayo.

Cuando volvió a abrir los ojos, en tanto que el aire pasaba otra vez sobre su cara descubierta una ilusión la deslumbró. Alrededor de ella la decoración encantadora de la intimidad amorosa. El saloncito lleno de flores, las lámparas veladas, la merienda sobre una servilleta de encajes, la tetera olorosa sobre el escalfador de plata...

Ese era precisamente el cuadro que había estado brillando ante su esperanza cuando apretaba el paso por el camino obscuro, entre los mudos jardines de otoño. Ese momento tan dulce reanudaba su curso. Solange no había tenido más que una visión trágica un horrible sueño. La felicidad estaba allí...

Alzó su bello rostro azorado todavía pero casi sonriente. Un temblor la convulsionó.

 
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de Daniel Lesueur

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