-¡Sígame usted, señor teniente!
Yáñez se puso detrás, murmurando entre
dientes:
-¡He aquí un detalle que no había
previsto! Si al verme aparecer, Tremal-Naik y Damna lanzaran de improviso un
grito de sorpresa... ¡En guardia, mi querido Yáñez! ¡Estás jugando una partida
peligrosa!
El grupo atravesó un puente levadizo, dos
recintos y un gran patio descubierto, y se detuvo ante una construcción de
mampostería bastante amplia, que estaba coronada por una pequeña torre. Los
rayos de luz salían por las ventanas de la planta baja.
-Vaya usted, señor teniente: el capitán
está ahí -dijo uno de los dayakos -. ¿Doy alojamiento a los hombres que le
acompañan?
-Por ahora, no; déjalos en el patio,