-No; me quedaré echada otro poco. He esperado tanto que ya no me costaría nada quedarme hasta la feria del verano.
-Pues, haz tu gusto -respondió la pata vieja, y se alejó.
Por último el huevo que tardaba en abrirse empezó a crujir.
-Chip, chip -dijo el recién nacido, y salió del cascarón tambaleándose. ¡Qué grandote y qué feo era! La pata lo miró con disgusto.
"Para pato es de un tamaño monstruoso -dijo-. ¿Será acaso un pichón de pavo? Bueno, no tardaremos mucho en saberlo. Al agua irá, aunque tenga yo misma que arrojarlo de un puntapié".
El día siguiente amaneció espléndido; mamá pata se fue a la orilla, y se zampó en el agua. "¡Cuac, cuac!" chilló, y uno tras otro los patitos se zambulleron detrás de ella. El agua los cubrió hasta la cabeza, pero ellos volvieron a salir a flote y se sostuvieron perfectamente. Las patas se les movieron solas... y ya estaba. Hasta aquel grandote, gris y feo nadó también con ellos.