Aquella mañana a primera hora acertó a pasar por allí un campesino, que al ver al patito se acercó, abrió un boquete en la superficie del hielo con su zapato herrado y se llevó a su pequeño rescatado. La esposa del campesino se hizo cargo de él, y no tardó en revivirlo con sus cuidados. En la casa, los niños quisieron servirse de él para sus juegos, pero el patito, recelando de que lo maltrataran, huyó espantado y fue a caer en la cazuela de la leche haciendo salpicar el líquido por todo el cuarto. La mujer soltó un chillido y extendió los brazos; el patito dio un segundo salto y esta vez fue a parar dentro de la cuba de la mantrca. Salió enseguida, pero es de imaginarse cuál sería su aspecto. La dueña de casa volvió a chillar y trató de golpearlo con las tenazas. Los chicos cayeron unos sobre otros en sus intentos por capturarlo, dando todos verdaderos alaridos de risa. Por suerte la puerta estaba abierta, y el patito huyó por entre los matorrales y la nieve recién caída. Y allí quedó, completamente exhausto.
Sería tarea muy triste el detallar todas las privaciones y miserias que tuvo que soportar durante el largo y duro invierno. Cuando el sol empezó a calentar de nuevo la tierra, el patito yacía en el pantano, entre los juncos. Las alondras cantaban; acababa de llegar la hermosa primavera.
De pronto el patito alzó las alas, y éstas se agitaron con mucha más fuerza que antes, haciéndolo ascender vigorosamente hacia el cielo. Antes que se diera cuenta de dónde estaba se encontró en un amplio jardín, rodeado de manzanos en flor respirando un aire perfumado por las lilas que crecían en las irregulares orillas del lago.