-"No; no es un pavo" -reflexionó la pata-. Hay que ver qué bien se maneja con las patas y qué derecho se sostiene. Es mi propio pollo, después de todo, y no tan mal parecido si se lo mira bien. ¡Cuac, cuac! Vengan conmigo ahora y los sacaré al mundo y los introduciré en el corral. Pero quédense bien cerca de mí, no sea que alguien vaya a pisarlos. ¡Y tengan cuidado con el gato!
Se fueron todos al corral, donde encontraron un espantoso alboroto provocado por dos pollos que estaban peleando por la cabeza de un pescado. Al final terció en la discusión el gato y se llevó para sí la cabeza.
-Así ocurren las cosas en el mundo -comentó la madre pata. Y se lamió el pico, pues ella también deseaba aquella cabeza de pescado.
-Ahora aprendan a usar las patas -dijo luego- y saluden con la cabeza a ese pato viejo que está allí. Es el más importante de todos nosotros. Tiene sangre española en las venas, y esa es la explicación de su tamaño. ¿Ven ese trapo rojo que tiene en la pata? Eso es algo extraordinario, la más elevada señal de distinción que pueda alcanzar nunca un pato. ¡Vamos ahora! ¡Cuac, cuac! ¡No pongan los dedos para adentro! Un pato bien educado tiene siempre las patas bien abiertas; así, eso es. Ahora inclinen la cabeza y digan: "¡Cuac!"
Los patitos hacían cuanto se les ordenaba; pero los otros patos del corral los miraban diciendo en voz alta:
-¡Vean eso! Ahora tendremos que aguantar también a toda esa tribu, como si no nos bastáramos nosotros. Además..., ¡oh, querida, qué feo ese patito! No se lo puede mirar.