Hacia el anochecer llegó a una pequeña y pobre casita, tan miserable que parecía quedarse en pie sólo por no saber de qué lado había de caerse. El viento silbaba con tal fiereza junto al patito que éste se vio obligado a sentarse para resistir el empuje. Entonces vio que la puerta tenía un gozne roto y se sostenía tan desmañadamente que por la rendija se podía entrar en la casa. El pato se metió dentro.
En la casita vivía una anciana con un gato y una, gallina. El gato, que se llamaba "Nene" sabía arquear el lomo, ronronear y lanzar chispas eléctricas cuando se le frotaba la piel a contrapelo. La gallina era de patas cortas, y por eso le decían "Tachuela". Ponía huevos de excelente calidad, y la anciana la quería tanto como si hubiera sido su propia hija.
Por la mañana, los dos animales no tardaron en descubrir la presencia del extraño pato. El gato empezó a ronronear y la gallina lo acompañó con su cloqueo.
-¿Qué diablos pasa? -dijo la mujer, mirando a su alrededor, pero su vista no era muy buena y lo que pensó fue que el patito era un pato gordo extraviado.
-¡Qué maravilla! -exclamó-. Ahora tendremos huevos de pata... si es que no se trata de un pato. Habrá que esperar a ver lo qué resulta.
De modo que tomó al patito a prueba por tres semanas, al final de las cuales no había podido encontrar ningún huevo.